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Mostrando entradas de junio 22, 2017

Lista de cien libros cuya lectura mejorarán la cultura salvadoreña

                                       Alberto Masferrer por Valero Lecha (1968) Víctor Manuel Guerra Reyes Masferrer, en su artículo La cultura por medio del libro propone la fundación de Bibliotecas Públicas en los municipios, que contengan al menos cien libros que sirvan para la formación cultural de los salvadoreños y afirma que “si fundáramos las bibliotecas municipales sobre la base de lectura amena, habríamos hecho algo muy importante en este ramo de crear diversiones para el pueblo.” Concluye asimismo que “en nuestra lista no han de figurar sino libros que, por ser divertidos no sean mentirosos, y que no sean obscenos y que no dejen un concepto demasiado estrecho de la vida y que no exijan demasiada técnica como algunos del encantador de Julio Verne. ¿Bastaría con eso? amenidad, inteligencia, decencia, verdad, amplitud y sencillez, paree casi todo lo que deberíamos exigir en los libros que vamos a poner en manos de nuestro pueblo.” En este sentido para Masferrer, “todo l

EL PADRE

EL PADRE Salarrué EL PADRE         La iglesia del pueblo era pesada, musgosa y muda como una tumba. detrás estaba el convento, encerrado entre tapiales, con su gran arboleda sombría; con su corredor de ladrillo colorado; de tejado bajero sostenido por un pilar, otro pilar, otro pilar...; pilares sin esquinas embasados en piedra tallada y pintados de un antiguo color.         El patio era de un barro blanco y barrido, propicio a las hojas secas. Las sombras y las luces de las hojas ponían  agüita  en el suelo; en aquel suelo pelón lleno de paz, por el cual pasaban, gritonas, las gallinas  guineas .         Largo era el corredor: la mesa, el  kinké,  una silla, un sofá, un barril, una destiladera, un viejo camarín, unos postes durmiendo; otra silla, la hamaca, el cuadro bíblico; un cajón; un  burrro  con una  montura ; un freno colgado de un clavo y al final, ya para salir las gradas, unos manojos de pasto verde, el picadero y la  c

LA PETACA

LA PETACA Salarrué Era pálida como la hoja mariposa; bonita y triste como la virgen de  palo  que hace con las manos el  bendito ; sus ojos eran como dos grandes lágrimas congeladas; su boca, cómo no se había hecho para el beso, no tenía labios, era una boca para llorar; sobre los hombros cargaba una joroba que terminaba en punta: La llamaban la  peche  María.        En el rancho eran cuatro: Tules, el  tata , La Chon su  mamá , y el robusto hermano Lencho. siempre María estaba un grado abajo de los suyos. Cuando todos estaban serios, estaba llorando; cuando todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos reían, ella sonreía; no rió nunca. Servía para buscar huevos, para lavar trastes, para hacer  rir ...         - ¡Quitá diay, si no querés que te raje la petaca!        - ¡Peche, vos quizá sos hija del cerro!         Tules decía:         - Esta indizuela no es feya; en veces mentran ganas de volarle la petaca, diún corvazo!         Ella lo miraba y pasaba de uno a o

El Negro

  SALARRUÉ El negro Nayo había llegado a la costa dende muy lejos. Sus veinte años morados y murushos, reiban siempre con jacha fresca de jícama pelada. Tenía un no sé qué que agradaba, un don de dar lástima; se sentía uno como dueño de él. A ratos su piel tenía tornasombras azules, de aun azulón empavonado de revólver. Blanco y sorprendido el ojo; desteñidas las palmas de las manos; gachero el hombro izquierdo, en gesto bonachón, el sombrero de palma dorada le servía para humillarse en saludos, más que para el sol, que no le jincaba el diente. Se reiba cascabelero, echándose la cabeza a la espalda, como alforja de regocijo, descupiendose toduel y con gárgaras de oes enjotadas.         El negro Nayo era de porái…: de un porái dudoso, mescla de Honduras y Berlice, Chiquimula y Blufiles de la Costelnorte. De indio tenía el pie achatado, caitudo, raizoso y sin uñas -pie de jenjibre-; y un poco la color bronceada de la piel, que no alcanzaba a velar su estructura grosera, amasada co