La Siguanaba Por Miguel Ángel Espino Alta, seca. Sus uñas largas y sus dientes salidos, su piel terrosa y arrugada le dan un aspecto espantoso. Sus ojos rojos y saltados se mueven en la sombra, mientras masca bejucos con sus dientes horribles. De noche, en los ríos, en las selvas espesas, en los caminos perdidos, vaga la mujer. Engaña a los hombres: cubierta la cara, se presenta como una muchacha extraviada: “llévame en ancas”, y les da direcciones falsas de su vivienda, hasta perderlos en los montes. Entonces enseña las uñas y deja partir al engañado, carcajeándose de lo lindo, con sus risas estridentes y agudas. Sobre las piedras de los ríos golpea sus "chiches", largas hasta las rodillas, produciendo un ruido como de aplausos. Es la visitante nocturna de los riachuelos y de las pozas hondas, donde a media noche se la puede ver, moviendo sus ojos rojos, columpiada en los mecates gruesos. Hace mucho tiempo que se hizo loca. Tiene un hijo, de quien no se acue
Literatura y Cultura Salvadoreña