A finales de 1985, después de 3 años de estar en las zonas de control revolucionario, busqué a mis amigos de antaño. Viajé por Europa, América Latina y Norteamérica. Encontré a mucha gente interesada en la lucha que libra el pueblo salvadoreño. Sin embargo, constaté que así como yo estaba lleno de optimismo y de seguridad en las posibilidades de triunfo de este movimiento de liberación, mis amigos estaban marcados por la desinformación y el desaliento. En un primer momento, este contraste me chocó terriblemente, y tendí a despreciar sus actitudes. Después reflexioné: ¿qué nos diferenciaba ahora? ... Cuando decidí ir a El Salvador, éramos como una piña. Tenía una ventaja, me había sumergido en la cotidianeidad de los hombres y mujeres que llevaban a cabo una guerra popular. Aprendí que "querer al pueblo" no es una frase estereotipada del léxico izquierdista. Mientras este pueblo me enseñaba a amarlo, fui comprendiendo lo que puede ser, en verdad, una revolución, y sobre todo,
Literatura y Cultura Salvadoreña