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La Muerte de la Tórtola o Malandanzas de un Corresponsal

                                           PRESENTACION 
                                                     La Muerte de la Tórtola,
                               Crónica de la Invencible Barbarie

José María Peralta Lagos nació en Nueva San Salvador el 25 de julio de 1873 y falleció en la ciudad de Guatemala el 22 de junio de 1944.
Vino al mundo en el seno de una familia rica y bien ubicada. Por ambas ramas de su árbol genealógico contaba con antepasados ilustres; entre ellos hubo quienes participaran directamente en las gestas de formación patria de la primera mitad del siglo XIX. Como era frecuente entre los jóvenes de la élite, viajó a Europa para perfeccionar su formación. Se recibió de ingeniero en la Academia Militar de Guadalajara, España (1897). Regresó al país en
1898. Se incorpora entonces al ejército donde alcanzará el grado de General.





Pudiendo llevar una vida por completo volcada a disfrutar de sus
privilegios de nacimiento, José María Peralta Lagos mantuvo a lo largo de su existencia una inquietud: el deseo de hacer de su país un lugar mejor para todos sus habitantes y no sólo para unos cuantos. Esta convicción lo habría de llevar a tener conflictos con aquellos que por su situación social podría haber visto como los "suyos". Peralta Lagos fue un convencido "librepensador" al igual que el protagonista de
La muerte de la Tórtola, y como este defendió con celo casi religioso los valores de la "Civilización" -es decir, del progreso, la ciencia y la razón- como combatió la "Barbarie "-, es decir, la superstición, el fanatismo y la arbitrariedad.
Peralta Lagos encauza estas inquietudes en una intensa vida pública, que cultiva en dos vertientes: la política y la literaria. En lo que respecta a la primera vertiente, se puede constatar una larga y distinguida hoja de servicio público. Llega a ser Ministro de Guerra durante el efímero gobierno progresista del doctor Manuel Enrique Araujo. En esa cartera tiene como encomienda la modernización del ejército. De más está decir que estas expectativas se ven truncas con el asesinato del mandatario en
1913. Las relaciones con sus sucesores son mucho más distantes, al punto de llegar a padecer cárcel -según lo confiesa en el prólogo de
La muerte de la Tórtola- por las críticas que hiciera a un controversial empréstito negociado por el presidente Quiñónez. Años después, bajo el gobierno de Pío Romero Bosque, Peralta Lagos fungirá como embajador de nuestro país en España para luego aspirar, sin éxito, a la vicepresidencia del país durante las elecciones de 1931, donde se impusiera el ingeniero Arturo Araujo. Durante la dictadura del general Hernández Martínez, Peralta Lagos llegará a desempeñarse como Director de Obras Públicas.
Paralela a su vida política, el General Peralta Lagos desarrolla una no menos importante carrera literaria. Debemos recordar que durante su juventud tuvo un acceso privilegiado a la Cultura y sus horizontes se vieron ampliados por sus viajes al extranjero. No por ello, sin embargo, tuvo su cultivo de las letras un carácter principalmente esteticista --del arte por el arte- como fuera el caso de dos distinguidos escritores centroamericanos contemporáneos suyos: el nicaragüense Rubén Darío
(1867-1916) y el salvadoreño Arturo Ambrogi
(1875-1936).
La carrera artística de Peralta Lagos está indisolublemente ligada a su actividad política. Ello le lleva a recurrir a la literatura como un medio para con seguir fines que para algunos parecerán claramente "extraliterarios": despertar conciencia crítica de los problemas nacionales y generar consenso en torno a cierto tipo de soluciones.
Es así como el general José María Peralta Lagos se inventa una personalidad literaria, que bautiza bajo el nombre de T. P. Mechín que, como nos aclara Juan Ramón Uriarte, "designa un pececillo, no de los mares, sino de nuestras humildes aguas mediterráneas. Sabroso como la prosa de su ilustre homónimo. Y como éste, difícil de pescar. Porque a T. P. Mechín no han logrado pillarle ni con las redes de la politiquería ni con el cebo de las ambiciones". T. P. Mechín nace a la vida literaria publicando crónicas y artículos polémicas en periódicos. Gracias a estos se gana el aprecio del público lector.
No es sino hasta 1923 cuando se atreve a publicar su primer libro, Burla Burlando, recopilación de sus trabajos periodísticos. En 1925, le sigue una obra de características similares, Brochazos. Con el Doctor Gonorreitigorrea, publicada al siguiente año, tenemos una primera incursión en la ficción novelesca. Recupera, a continuación, sus experiencias
de campaña política con la comedia
Candidato, que se estrena en 1932. La muerte de la Tórtola, aparecida en 1933, es su segunda ficción narrativa extensa. A los trabajos de T. P Mechín cabe agregar una serie de folletos que el autor publica con su nombre propio: "EI sabio Valle ", "En defensa del idioma ". "Masferrer humorista" (conferencia pronunciada en 1933 en el primer aniversario de la muerte de este autor) y "Algunas
ideas sobre la futura organización de la enseñanza superior en Centroamérica" (1936). Fue miembro de la Academia de la Lengua correspondiente de la Española y del Ateneo de El Salvador.
La actividad literaria que Peralta Lagos asume bajo la rúbrica de T. P Mechín dista de ser patética o tremendista. Opta más bien por el camino de la sátira social, género que le es más cómodo por razones de personalidad y de preferencias literarias. La crítica salvadoreña es unánime en celebrar las cualidades de Peralta Lagos como humorista y en reconocer su deuda con el escritor costumbrista español José María de Pereda (1833-1906).
Juan Felipe Toruño especifica el sentido del costumbrismo humorista de Peralta Lagos: "las cosas eran para lo serio, aunque se dijeran en broma. Se le enfrentó al ambiente, por las bayuncadas de los señores 'bien'. Criticó, censuró mejor dicho, la justicia que en El Salvador se distribuía por aquellos años -aún ahora-, atacó a los jueces prevaricadores y a los tinterillos con título de abogados... no era para menos la estocada hundida en el corazón social capitalino, y el estilete que envainaba en las estructuras oficiales y legales, como en la de los políticos... Cada artículo de él era un explosivo. Y cada crítica, un enemigo más en los círculos de su ámbito social”.
A lo anterior habría que agregar algunas explicaciones de las diferencias en el sentido de la crítica de costumbres de Peralta Lagos y en la de su confesamente admirado maestro peninsular Pereda. En ambos hay una mirada suspicaz ante las costumbres de los ambientes rurales, sobre todo en las incursiones torpes y lentas de la modernización. Pero mientras Pereda es el típico conservador que manifiesta una nostalgia nada
velada por el antiguo régimen, Peralta Lagos es el liberal por antonomasia, impaciente ante la lentitud del avance de la "Civilización”
.
Esto se puede apreciar de manera bastante clara en La muerte de la Tórtola. Dicho trabajo y sus ingeniosos recursos humorísticos tienen siempre un punto de partida y llegada: un ideal de vida "civilizada" que, en las circunstancias que vive el país, está lejos de realizarse. Hay que comenzar notando que la organización del relato es bastante sencilla.
A Peralta Lagos no le interesa explorar las posibilidades de experimentación con la forma literaria, sino valerse de formas literarias ya establecidas para transmitir sus ideas políticas e impactar a sus lectores. La muerte de la Tórtola se vale de una estructura episódica compuesta principalmente por una serie de crónicas que un periodista que viaja a la zona de San Vicente envía al director de su periódico. Esta organización permite al texto que el lector asimile lo disparatado de las distintas secuencias pero, sobre todo, da lugar a que el narrador-protagonista cuele en medio del relato juicios y valoraciones de manera bastante directa.
Peripecia, en su sentido original, no significa simplemente aventura, sino cambio de fortuna. La muerte de la Tórtola tiene en la peripecia su principal recurso organizador de la acción. Las desventuras que sufre el corresponsal son un permanente cambio de fortuna, a cada paso le suceden las cosas más inesperadas y descabelladas: perseguido por las autoridades, obligado a disfrazarse de mujer, acusado de un crimen,
encarcelado y luego liberado cuando se descubre que la víctima vive.
Más importante que la trama en sí es, sin embargo, el espacio imaginario del relato, es decir, los lugares por los que transita el protagonista a lo largo de la acción. Este recorrido le permite al lector descubrir, llevado de la mano por el narrador-protagonista, los vicios de fondo que sufre la sociedad salvadoreña. Así, los personajes más que individualidades son tipos que, por su ubicación espacial, corresponden a distintos sectores de la sociedad salvadoreña. Don Fulano representa al hacendado bonachón pero ignorante; Ño Cleto, al campesino bueno;
Casimira, al campesino embrutecido por el alcohol y la lujuria; los tinterillos de pueblo, a un sistema legal incompetente; Inés, a la mujer deshumanizada por la marginación y los malos tratos; Tórtola, a la joven que yerra el camino por la lujuria de los poderosos y la intolerancia del medio, etc. ...
En resumen, el viaje del protagonista a San Vicente y sus alrededores es la ocasión por medio de la cual el texto permite una verdadera sumersión en la nación profunda, en una realidad de fondo que permanece oculta a los lectores que habitan cómodamente en la capital gozando de las superficies de la vida moderna.
Aunque los méritos literarios de La muerte de la Tórtola radican
menos en su estructuración que en los toques humorísticos de su estilo, rico en insinuaciones, es posible descubrir también valores de otra índole. Así, este divertido relato constituye un importante documento histórico de nuestro país. Encontramos relevante información sobre las costumbres y el habla de los distintos sectores de la sociedad provincial y rural salvadoreña de principios de siglo. Entre estos datos llama poderosamente la atención la presencia del misterioso militante comunista que comparte, en forma temporal, la celda del corresponsal.
Pero principalmente relatos como estos aportan a nuestra comprensión de la mentalidad de personas afines a Peralta Lagos, es decir, de esa élite "librepensadora" proveniente de los sectores sociales medios y -en algunos casos como los del general Peralta y del ingeniero Araujo- de las clases dirigentes. Esto es importante porque la visión de estas personas ha jugado un papel trascendental en definir el curso de la historia de nuestro país y, en especial, en forjar la conciencia que nuestro país ha tenido históricamente de sí.        
A esto último vale la pena dedicar algunas líneas. Si bien no cabe
dudar de la sinceridad de Peralta Lagos y los "librepensadores”
. ello no implica que desde nuestra perspectiva privilegiada de finales de siglo no podamos señalar algunos límites de su diagnóstico de la problemática nacional. Recordemos que La muerte de la Tórtola, de manera bastante convincente y orgánica, denuncia una serie de vicios que corroen la sociedad salvadoreña. Estos pueden reducirse a dos aspectos:
la ignorancia (de pobres y ricos, aunque principalmente de pobres) y la debilidad moral (de ricos y pobres, aun cuando sea más de ricos). También el texto, de manera implícita, prescribe una solución: que sean las personas de mayor cultura y entereza moral quienes asuman la dirigencia del país.
Ahora bien, Peralta y los "librepensadores" no se detienen a pensar hasta qué punto la ignorancia y la debilidad moral de sus compatriotas son menos obstáculos de la modernización que subproductos de esta. Se puede constatar históricamente que desde mediados del siglo pasado los distintos gobiernos del país adoptaban un credo liberal y se proponían como metas expresas el progreso económico y la adopción de la ciencia y la técnica para mejorar el dominio de la naturaleza. Sin embargo, en la
práctica estas políticas generaban efectos adversos al ir combinadas con ciertos rasgos de nuestra sociedad: ausencia de una clase media numerosa, persistencia de relaciones sociales anticuadas, estructuras de propiedad, formas de poder local que competían con el poder central del Estado, etc. ...
La falta de reconocimiento suficiente de estos problemas y el atribuir la crisis a características principalmente subjetivas de la población comporta peligros que no tardarán en manifestarse. Cada vez será más fuerte la convicción, aun entre personas cultas y liberales, de que la única solución a los problemas del país pasa por el recurso del autoritarismo. Ver todo lo positivo en una "Civilización" que viene de fuera y de reducir  todo lo propio a una "Barbarie" hará vulnerables a muchos "librepensadores" a suscribirse a proyectos donde se proponga "civilizar" a la
fuerza, es decir, por medios bárbaros. Y esto no es una paradoja sino una brutal contradicción. No es de extrañar, pues, que al final algunos "librepensadores" acaben colaborando con la larga sucesión de dictaduras que se iniciaba en
1932, año en que La muerte de la Tórtola se encontraba en prensa. José María Peralta Lagos no será la excepción.
La literatura salvadoreña tendrá que esperar a un Salarrué para descubrir en la cultura popular algo más que superstición e ignorancia; y a un Roque Dalton y una Generación Comprometida para reconocer que los sectores menos favorecidos también tienen la palabra a la hora de configurar una visión sobre el futuro nacional.
RICARDO ROQUE BALDOVINOS
Obras citadas
T P. Mechin (José María Peralta Lagos). La muerte de la Tórtola, o malandanzas de un corresponsal. San Salvador, Ministerio de Cultura, Departamento Editorial, 1958.
Uriarte, Juan Ramón. "T. P. Mechín y sus libros ", epílogo a la ante dicha edición de La muerte de la Tórtola.
Toruño, Juan Felipe. Desarrollo literario de El Salvador. San
Salvador, Ministerio de Cultura, Departamento Editorial, 1958.


Fuente: Peralta Lagos, José María. (1997). La Muerte de la Tórtola o Malandanzas de un Corresponsal. (4a. Ed). San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos

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