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La Siguanaba

La Siguanaba

Por Miguel Ángel Espino
Alta, seca. Sus uñas largas y sus dientes salidos, su piel terrosa y arrugada le dan un aspecto espantoso. Sus ojos rojos y saltados se mueven en la sombra, mientras masca bejucos con sus dientes horribles.
De noche, en los ríos, en las selvas espesas, en los caminos perdidos, vaga la mujer. Engaña a los hombres: cubierta la cara, se presenta como una muchacha extraviada: “llévame en ancas”, y les da direcciones falsas de su vivienda, hasta perderlos en los montes. Entonces enseña las uñas y deja partir al engañado, carcajeándose de lo lindo, con sus risas estridentes y agudas.
Sobre las piedras de los ríos golpea sus "chiches", largas hasta las rodillas, produciendo un ruido como de aplausos.
Es la visitante nocturna de los riachuelos y de las pozas hondas, donde a media noche se la puede ver, moviendo sus ojos rojos, columpiada en los mecates gruesos.
Hace mucho tiempo que se hizo loca. Tiene un hijo, de quien no se acuerda: Cipitín, el niño del río. ¡Cuántas veces Cipitín no habrá sentido miedo, semidormido en sus flores, al oír los pasos de una mujer que pasa riendo, río abajo, enseñando sus dientes largos!
Existió en otro tiempo una mujer linda. Se llamaba Síhuélut y todos la quean. Era casada y tenía un hijo. Trabajaba mucho y era buena.
Pero se hizo coqueta. Lasciva y amiga de la chismografía, abandonó el hogar, despreció al hijo y al marido, a quien terminó por hechizar.
La madre del marido, una sirvienta querida de Tlaloc, lloró mucho y se quejó con el dios, el que irritado, le dió en castigo su feura y su demencia. La convirtió en Sihúan (mujer del agua) condenada a errar por las márgenes de los ríos. Nunca para. Vive eternamente golpeando sus "chiches" largas contra las piedras, en castigo de su crueldad.


Siguanaba era el mito de la infidelidad castigada.

Fuente: Síntesis; Revista Cultural de El Salvador. No. 6. Año I. Septiembre. 1954. pp. 43-44.

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