(Entrevista de Rafael Heliodoro Valle).
-¡Quién hubiera creído que la música de unos versos franceses, leídos en un cuarto de estudiante, de una casa de la entonces, llamada calle de San José, ahora 8ª. Calle Poniente, iba a tener tan poderosas alas, como para influir, cual si fuese una luna o un cometa, en el ritmo que preside en el flujo y reflujo del mar del habla castellana, por lo menos en el hemisferio hispano-americano, y no sólo en el ritmo, en el estilo, en las formas de la prosa, y en algunas órdenes de ideas!
Estos recuerdos de don Francisco Gavidia sobre Rubén Darío fueron el tema central de nuestra conversación, aquella tarde en que la noble figura del ilustre humanista salvadoreño, resurgió ante mí en toda la sencillez de su grandeza venerable. Era nuestro tercer encuentro. El primero en 1922 cuando mi inolvidable amigo Juan Ramón Uriarte me llevó ante él; el segundo hace dos años cuando el presidente Arévalo nos invitó para apadrinar la Facultad de Humanidades de la Universidad de Guatemala; y el tercero ahora, ya regresando a México después de haber reconstruido estatuas de fuego, al pie de los volcanes de una tierra por donde pasaron los abuelos pípiles pregonando el antiguo idioma en que habló Netzahualcóyotl. Indio pípíl, o acaso uno de los
toltecas supervivientes de la catástrofe de Tula, don Francisco Gavidia posee el secreto de su longevidad, pero no del simple transcurrir de los años sino
del acendramiento de su inteligencia que está en gozosa plenitud, al amparo de una memoria que permite transparentar hechos, sombras, nombres, poemas, pirámides
derruidas.
Con su vestido blanco, su
cabellera nigérrima, que el tiempo alisa como si resbalara sobre el ébano milenario, y con sus ojos infantiles, dulcemente posadas sobre las almas y las cosas, como si pretendiera
escrutarlas, don Francisco parece un niño que, al sonreír, se asomara hacia ese "tiempo sin tiempo" de que hablan las teogonías mayas que tanto le obseden. Jovial, entregado al trabajo como a un amable deporte, pegado a su tierra por raíces de amor y
de dolor, libre de zozobras, enamorado cada vez más del estudio, Gavidia parece
escaparse de uno de esos bajo-relieves arqueológicos que la pátina enriquece con su sobrio matiz y
que el crepúsculo dora y abrillanta.
Estaba yo junto a él, complacido de
verle de nuevo, en su casita que es ahora su prisión cariñosa, porque su médico, uno de
sus nietos, le prohíbe salir a la calle. Todavía, a pesar de sus 82 años, el contemporáneo insigne de
Darío tiene el privilegio de no sentir el peso de la alta noche, que le sorprende
entregado devotamente a sus investigaciones literarias, tomando apuntes, urdiendo palabras, imaginando flores. Sobre la mesa de trabajo
los papeles en desorden; pero destacándose entre ellos una larga tira de papel sobre la que alínea en orden alfabético los vocablos pipiles para formar un diccionario.
-Está en la imprenta uno de mis libros más queridos: "Tierra de preseas". He publicado muchos fragmentos de ese libro. Me gustaría ahora terminar el vocabulario pipil-castellano, que tanta falta nos hace.
-¿Para cuándo espera terminar ese libro?
-Necesitaré unos dos meses. Me intriga mucho volver a leer el Códice de Dresden y la predicción de los eclipses. Diez años después de que fuera editado ese códice, una revista de México publicó un estudio muy interesante sobre él. ¿Lo conoce?
-No, maestro; pero el Códice sí. En verdad que es una de las joyas documentales de la América antigua.
y Gavidia, levantándose de su asiento para mostrarme el último libro que le ha editado el gobierno de su patria -conforme al acuerdo que permitirá la impresión de sus obras completas-, se echó a andar a lo largo de la estancia, con su señorío tan gallardo y una sonrisa tan graciosa, que no podré olvidar.
De repente me dijo:
De repente me dijo:
-El pipil es el mexicano arcaico. ¡Es tan interesante su estudio! Es el idioma del Tlapallan...
-O, como se dice el náhuatl, "la tierra antigua". .
-La tierra de donde llevaban noticias los hombres del México
majestuoso. Por cierto que lo menciona mucho el cronista Ixtlilxóchitl.
-Un tema que podría servir de meditación
inicial a los primeros alumnos que concurran a la Escuela de Filosofía y Ciencias de la Educación que
va a fundarse aquí....
-¿La Facultad de
Humanidades?
-No, maestro. Es la escuela que se propone
organizar el Ministerio de Cultura y de la que, por una feliz coincidencia, me ha tocado ser uno de sus padrinos.
-Cuando yo vine a esta capital, desde mi ciudad de San Miguel, para iniciar mis estudios, no había en dónde seguir los de Filosofía. Era presidente de la República el Dr. Zaldívar. Le voy a contar... Pero admire usted antes estos trabajos lita gráficos y de "offset", que me han enviado de México. Las artes de reproducción han avanzado muchísimo en ese país... Aquí tiene usted lo que voy coleccionando para que se publique... No sé por qué inspiración el Dr. Zaldívar decretó que hubiese doctorado en letras; pero se limitaba a un año de repetir Gramática y Filosofía. Yo no quise inscribirme. Sólo un señor Peña, y él sabía lo que hacía; pero no tenía porvenir...
En otros países, esa carrera tiene privilegios. Pero Peña era sólo muy conocido por las calles... Aquella escuela se acabó. Guatemala ha organizado
su Facultad de Humanidades conforme a lo que ha visto en Buenos Aires el Doctor Presidente
con privilegios que hacen rico a cualquiera…
-Hasta hoy me han contado que
usted es Rector "honoris causa" de la Universidad de El Salvador.
-Esa distinción me
autoriza para poder abrir cursos particulares y dirigir cursos libres... -Usted me ha
dicho que está coleccionando datos sobre Cervantes en América. Permítame contarle que yo di unas conferencias sobre "El Quijote"; pero, no le puedo ofrecer
ejemplar porque sólo me dieron cien y fué un sobre tiro.
-Conozco su breve estudio sobre el término "ingenioso" que al gran hidalgo aplicó Cervantes.
-Voy a regalarle mis dos últimos libritos. En 1882 publiqué mis primeros versos, ya en forma ordenada. Entonces teníamos lujo de modestia; no como ahora... Coincidí con otros autores que eran ídolos míos...
-¿Cuáles?
-Manuel Acuña, por ejemplo. Estábamos en pleno romanticismo.
"En la selva las aguas dormidas;
en el largo río las aguas gimiendo;
y la espiga temblando en el llano,'
en el largo río las aguas gimiendo;
y la espiga temblando en el llano,'
y el alta montaña callada a lo lejos .. ."
-En "El Perú Ilustrado" que dirigía don
Ricardo Palma, en Lima, usted publicó muchos de sus primeros poemas.
-¡Qué bien que me lo esté recordando! Por aquel tiempo
se publicaba en Mérida una revista con muy buenas ilustraciones, de un señor Monterrosa, que fué profesor de un colegio en Vera cruz y me contó que en ella publicaba versos Díaz Mirón y que éste alguna vez le dijo que
se sabía de memoria mi poema "La ofrenda' del brahmán" y que Díaz Mirón fué
quien lo reprodujo en la revista. El hecho de haber publicado en Lima y en Yucatán ya fué para mí un estímulo, porque hay que recordar
lo que decía Pepe Batres: publicar en Guatemala es como tenerlo en un archivo privado; y en el prólogo de su libro declara que lo publica por exigencias
de la amistad...
-Usted ha merecido de su patria altos honores y debe estar más que orgulloso.
-Espero que mis obras inéditas sean editadas por el Ministerio de Cultura; pero habrá que tener un poco de 'paciencia, porque tengo noticia de que ahora están muy ocupadas las imprentas nacionales... Cuénteme algo de México.
-Supongo que ya tiene noticias del estupendo hallazgo de unas pinturas arqueológicas en Bonampak.
-Supongo que ya tiene noticias del estupendo hallazgo de unas pinturas arqueológicas en Bonampak.
-Ya tenía noticia de ellas. Yo sigo estudiando algo de la arqueología pipil, que me parece muy importante. Hay algunos grandes autores que se han ocupado de la cultura
pipil y hasta ha habido discusiones sobre este sector de la arqueología americana. Una vez
vino a esta tierra un director del Museo Etnográfico de Berlín, y al trasladarse a Guatemala pidió que le
permitieran ver las piedras de Santa María Cotzumalhuapa.
-Sobre ellas hay un excelente
libro que me parece fué editado en inglés.
-Son unas piedras que
vale la pena conocer y "admirar. Es un museotan vasto el que se podría formar
con ellas. El sabio alemán de quien le estoy hablando, tuvo a bien, llevarse de Grecia a Berlín el Júpiter de
Pérgamo.
-¿Y quién era el culto presidente de Guatemala que permitió tal "rapiña?
-iDon Rufino o Carrera! No puedo decirle quien
de ellos. Pero era un dictador que necesitaba dinero. La cultura pipil abarcó
una gran región centroamericana, en la que figuran Escuintla, Citalá y Suchitoto.
-Los pípiles deben haber tenido
poetas. De Suchitoto era un amigo a quien yo quise mucho y que murió en
México: Juan Cotto, el autor de "La tierra prometida". La genealogía náhuatl de ese nombre geográfico está muy clara: "Xóchitl" y "tótotl", como quien dice "flor" y "pájaro".
-Es decir, tierra de primavera.
-¿Y qué autores modernos está leyendo ahora?
-¡Ah! ... es la mar! ... ¡Recibo tantos libros, de tantas partes! ¡Ahora estudio lingüística! Lo que yo quiero pedirle es un gran servicio, ahora que va a México... He traducido del inglés tres poemas de Netzahualcóyotl que aparecieron en el "Boletín de la 'Unión Panamericana"; pero no conozco el texto en náhuatl o en español, y le agradeceré que me los consiga. Supongo que esos poemas han sido editados en México.
-Con mucho gusto le conseguiré ese texto. Hay un volumen dedicado a la poesía del México antiguo....
-Estoy estudiando también el Calendario Azteca. Son figuras maravillosas, que ya han sido
descifradas; pero hay que fijarse muy bien en unos agujeros que aparecen en una de sus márgenes, pues no sé en dónde he
leído que se trata de la constelación Casiopea. Hay que tomar dibujos con mucho cuidado, y, si fuera posible, que el trabajo lo hiciera un gran dibujante, como el famoso Federico Catherwood, que nos ha salvado muchas de las joyas mayas...
-yo también quiero un favor. Quiero que me hable de sus relaciones literarias con Rubén Darío.
-Rubén Darío llegó a San Salvador cuando era Presidente el Dr. Zaldívar. Yo tenía entonces 18 años y Darío tan sólo 17. El Presidente le recibió muy bien e inmediatamente le brindó su apoyo para" que pudiera seguir aquí sus estudios. ¡Ah! ... pero Rubén era muy inquieto y me estoy acordando ahora de que lo primero que hizo fué fundar una sociedad de espiritistas... Era un gran caballero, generoso, que no conocía el valor del dinero y que lo gastaba con gran facilidad.
-Lo que me está usted contando no lo sabía. Usted debiera escribir sus recuerdos personales de Rubén.
-Por aquellos días todos éramos "palminos". Usted sabe que el poeta cubano José Joaquín Palma estaba muy de moda en Guatemala y que
después se trasladó a Honduras, y sus versos eran la seducción de los muchachos de entonces, Poco antes de Palma, el poeta que más prosélitos tenía entre nosotros era el español Fernando Velarde, que escribiendo en verso era un músico
tremendo… Velarde nos traía nada menos que las mágicas sonoridades de Zorrilla.
-No se ha escrito aún lo necesario para conocer las andanzas de Velarde por América. Estuvo en el Perú y he averiguado últimamente que también en México, pues fundó una escuela en Monterrey.
-No se ha escrito aún lo necesario para conocer las andanzas de Velarde por América. Estuvo en el Perú y he averiguado últimamente que también en México, pues fundó una escuela en Monterrey.
-Por aquellos días no sé cómo apareció en mi
mesa, eso no lo recuerdo muy bien, si lo compré o me lo regalaron, uno de los libros de Víctor Hugo. Es que Hugo era para nosotros una divinidad.
Y por cierto que ha vuelto a recuperar su importancia en estos tiempos en que la democracia
está en peligro.
-Pues bien, resulta que me puse a traducir uno de los poemas de Hugo;el que más me gustaba ...
-¿Cuál de ellos?
-El que lleva el nombre de "Stella".
-Ahora comprendo, mi querido Gavidia, por qué la primera esposa
de Rubén Darío escribió algunos artículos usando ese nombre como seudónimo.
-Eran
dos alejandrinos dísticos. Un hermoso ejercicio para mí. Vamos a releerlos, porque tienen su gran importancia en la historia literaria y especialmente en la del modernismo:
Yo dormía una noche a la orilla del mar.
Sopló un helado viento que me hizo despertar.
Desperté. Ví la estrella de la mañana. Ardía
en el fondo del cielo, en la honda lejanía,
Desperté. Ví la estrella de la mañana. Ardía
en el fondo del cielo, en la honda lejanía,
en la inmensa blancura,
suave y soñolienta ...
-¿Y no recuerda usted el
año en que hizo esa 'traducción?
-Fué en 1884. La he dado
a conocer en un artículo que publicó en esta capital "La Quincena", aquella revista de
Vicente Acosta, y con el título de "Historia de la introducción del verso alejandrino francés en el
castellano".
-¿y cómo fué que Rubén
recibió la onda del alejandrino francés a través de usted?
-¡Muy sencillo! Cuando
terminé mi traducción se la dí a conocer a Rubén, y pude notar que desde el primer momento quedó encantado con ella y no
fué menor mi sorpresa cuando, pocos días después, me enseñó los alejandrinos que él había escrito
utilizando el mismo metro. De ahí para adelante toda su vida siguió
escribiéndolos.
-¿De aquí se marchó hacia
Guatemala?
-Se fué a Guatemala. Allá le ví después. Esto fué después del
cuartelazo de los Ezetas. Aquí en San Salvador, Rubén había publicado un periódico que se llamaba "El Correo". En Guatemala lo recibieron muy bien.
Por cierto que se formó un grupo en el que figuraba el Dr. José Leonard, el polaco que, según supe más tarde, había sido maestro de Rubén.
-¿Maestro de qué, no recuerda?
-Maestro de Retórica... en Nicaragua... no sé si en Granada o enLeón. Y figuraba también en el grupo un español notable, el Dr. Valero Pujol.
Allí en Guatemala Rubén pudo tratar a don Francisco Castañeda, que era un escritor muy riguroso cuando aplicaba las reglas de la Retórica.
-¿Y después?
-Rubén se marchó más
tarde hacia la América del Sur y ya no volví a verle.
-¿Pero tuvieron
correspondencia?
-Sí; me escribió algunas
cartas. En una de ellas, desde París, muchos años más tarde, me pidió
colaboración para su revista "Mundial”. Rubén era un gran caballero...
Había sido Ministro de Nicaragua en Madrid y lo que me extraña es que en sus
memorias no haya dado mayor importancia a la ceremonia en que presentó sus
credenciales ante Alfonso XIII, pues se limita en ellas a decir que saludó al
Rey y a las princesas, y nada más... ¡Es increíble que sólo eso haya dicho de
aquella ceremonia!
-y más increíble, porque
a Rubén le encantaban los príncipes y las duquesas y las flores de lis.
-Me están ahora
publicando mis libros. Le voy a regalar los dos que acaban de salir. Están muy atareadas las imprentas... La tarde está muy
calurosa y quiero ofrecerle algo de beber. ¡Vamos a tomar la cerveza
salvadoreña, pero si prefiere le daré una copa de buen moscatel! Es una bebida
inocua. Mi médico me ha recomendado tomar esa cerveza. Pero es un tirano,
porque me ha prohibido salir de la casa, subir a otro piso, me tiene como
prisionero...
Pero esta tarde voy a tener el gusto de escuchar la conferencia que usted va a darnos en la Biblioteca Nacional...
Pero esta tarde voy a tener el gusto de escuchar la conferencia que usted va a darnos en la Biblioteca Nacional...
-Encantado, mi querido
Gavidia. Le agradezco todo lo que me ha contado sobre Darío. Esté seguro de que
la conversación de usted me ha demostrado que estoy en tierra de preseas...
(Don Francisco Gavidia,
una de las personalidades literarias más importantes en Centro-América, es
autor de los libros siguientes: "Versos" (1884), Júpiter" (drama
en cuatro actos 1895), "Salvadoreños ilustres" (1901), "Historia
moderna de El Salvador" (1917-18), "Poemas y teatro lírico"
(1918), "La princesa Citalá", poema dramático (1946), y "Cuento
de marinos. Episodio de Soteer" o "Tierra de Preseas" (1947). Su
patria le ha rendido en vida los más altos honores, como hombre de letras. Al
hablar con él se tiene la sensación de que se está conversando con uno de los
sacerdotes de la América antigua).
México, febrero 1948.
FRACISCO
GAVIDIA. Batallador en cuya alma se juntan la flexibilidad de los aceros y la
dureza de los bronces: permanece en pie, empeñado en su pelea, no obstante que
su enorme labor le da derecho aquí donde el cansancio agota las energías a los
treinta años, al sueño olímpico procurado por los perfumes del laurel.
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