Miguel Ángel Chinchilla Amaya
PROLOGO
La
principal "fuente de inspiración" de un escritor son sus obsesiones,
sus manías, sus fantasmas o duendes personales. Con frecuencia, esas obsesiones
o duendes coinciden con los sentimientos y mitos de una buena parte de la
sociedad. Es entonces cuando la obra literaria hace ¡clic! o hace ¡bom!. En
virtud de lo anterior, y por ser lector asiduo de Miguel Ángel Chinchilla, y
por ser su compañero y amigo, con mucho gusto comento aquí -para los lectores
de esta novela- algunos de sus principales rasgos y valores.
Chinchilla
está obsesionado con un duende muy simpático: el Cipitío, que es el
"Príncipe de las flores y del amor" en esta tierra de preseas que es
Cuscatlán. Una especie de Eros o Cupido guanaco. ¡Qué buena obsesión!
En
primer lugar porque es la de un buen sector del "pueblo popular",
como diría Miguel; en segundo lugar, porque de esa obsesión ha sacado poemas,
cuentos, obras de teatro y, ahora esta jocunda novela para la paz: D la Dicha
Suprema.Frente a la forma dominante de narración -la de un personaje que en
primera persona cuenta lo suyo- se presenta como variante principal la del
"cuento" que se inserta como una pequeña historia dentro de la
historia general. Se dan como otras modalidades de la narración: el diálogo; el
"testimonio oral"; la forma epistolar; los recortes de prensa; y
algunos poemas.
Como
otros rasgos de estilo encontramos: las expresiones coloquiales, fiel captación
de nuestra habla popular; ciertas experimentaciones o juegos formales, tales
como suprimir la "e" de la preposición
"de" en todo el capítulo VII ("D La Dicha Suprema "); o la separación de segmentos mediante un
("BomtI”) en vez de la convencional división en párrafos, en
el primer capítulo ("Chepe Cruz"); o el empleo caprichoso del
paréntesis.
D
la dicha suprema es una buena muestra de nuestra cultura mestiza con
opción preferencial por los indios. Quiero decir: aquí se reencuentran, con más
verdad que en las celebraciones del V Centenario, el mundo indígena (el Cipitío) y el mundo occidental cristiano (el de don Miguel Salazar). Esta
fusión se manifiesta más claramente en la onomástica: por un lado tenemos los nombres
nahuas o mayas: Cipitío, Ciguacoat, Tamoanchán, Quetzalcoat, Tenancín, Vucú, por otro los nombres cristianos: Jesús, María, Salvador, Sara,
Marta, el padre Rutilio, Monseñor Romero, el obispo Medardo Gómez; y más en
nuestra historia profana e inmediata, los nombres de Nidia Díaz, Mena Sandoval,
el Presidente Cristiani, ARENA, COPAZ. FMLN, ERP, Joaquín Villalobos, Roque
Dalton, el Pichón Cea.
Ahora
bien, esa conjunción cultural o mestiza se plantea "desde abajo",
desde los estratos inferiores, verdaderamente populares, de nuestra sociedad:
no hay personajes ni ambientes de clase alta. Los tipos humanos que (re) saltan
en estas páginas son los de la canalla: ladrones, putas, chivos, coyotes, soldados-asesinos;
o son los guerrilleros y los curas o intelectuales identificados con la pobrería. El más alto status social sería el de don Miguel, un profesor de
secundaria y escritor clasemediero. Por otro lado, entre las varias
personalidades o encarnaciones del Cipitío, convertido aquí en voz y símbolo máximo
de la cultura nacional popular, están las del guerrillero, indio sublevado,
vendedor de minutas, escupidor de fuego (dragón-payaso) en las esquinas de San
Salvador, chucho aguacatero...
Desde
otro punto de vista, la novela es un panorama histórico de El Salvador, pues
sobre todo en el capítulo final, al autorretratarse el Cipitío y contar sus
andanzas y malandanzas, va reseñando apretadamente las grandes coyunturas del
devenir nacional: La conquista española, la colonia, la
"independencia", la rebelión de Aquino, la extinción de los ejidos,
la masacre de 1932, la guerra recién finalizada, los acuerdos de paz ... En tal
vistazo diacrónico, el militarismo ocupa un lugar preeminente, a través de los hechos
y situaciones del relato, más acá de la retórica y de la consigna, en la
vivencia de los personajes.
En
el conjunto narrativo que es D la Dicha
Suprema hay, pues, una visión de mundo predominantemente popular, es
decir, a favor de las clases oprimidas y revolucionarias: los trabajadores, los
indios, los curas y los intelectuales liberacionistas. Sin embargo, hay también
un sentido crítico respecto a la izquierda, narrativamente desarrollado.
Al
convertir el mito del Cipitío en el centro narrativo de mayor interés, Chinchilla
logra (sin matarlos) tres pájaros de un tiro: da un toque mágico (mítico) al
relato; obtiene un eje narrativo para 500 años de historia; reconstruye un
héroe desde las raíces más profundas del "pueblo popular". Para mejor
probar la pertinencia de su aventura pide auxilio a uno de nuestros más
relevantes investigadores literarios, el antropólogo y escritor Rafael Lara
Martínez, de quien transcribe enjundiosas observaciones sobre el mito en
cuestión. Y evoca, muy justamente, el aporte de su tocayo Miguel Ángel Espino,
el de la Mitología de Cuscatlán, principal rescatador de la leyenda del
Cipitío en la primera mitad del siglo veinte. Concurren,
entonces, en este condensado y ameno libro de Miguel Ángel Chinchilla, el
realismo mágico y el realismo testimonial, en una eclosión de humanismo y deshumanización,
de miserias y risotadas, de denuncias y esperanzas, que harán gozar y reflexionar, a la vez, al buen lector.
Luis
Melgar Brizuela
Fuente: Chinchilla Amaya, M.A. (1993). ...D La Dicha Suprema. San Salvador, El Salvador: Arcoiris.
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