Francisco Herrera Velado
Fuente: Herrera Velado, F. (1992). Agua de Coco. (5a. Ed.). San Salvador: UCA Editores.
PRESENTACION
La Narrativa de Herrera Velado
Este es un libro delicioso, ameno. Se retratan en él los personajes de un ayer que se niega a cambiar, de una sociedad rural con mucho de la picaresca colonial española, en la que pillos, gamonales, curas y campesinos se captan en estampas y acuarelas provincianas. Aunque los relatos tienen como escenario los pueblos de Sonsonate, la tierra de los cocoteros, hay mucho en estos cuentos de la idiosincrasia salvadoreña, que los torna piezas propias de una legítima literatura nacional.
Francisco Herrera Velado (1875-1968)*, poeta modernista se deja influir por los guatemaltecos José Milla y José Batres Montúfar, y recoge las tradiciones, leyendas y relatos del ambiente sonsonateco. Con gracia, con ironía, nos introduce en la vida pueblerina de fines del siglo XIX y principios del presente. De sus narraciones surgen, además de anécdotas simpáticas, figuras claves de una narrativa que ha persistido a 10 largo de varias décadas: los contrabandistas de licor, los sacristanes y sus discretas fechorías, los asiduos asistentes a velorios y entierros, los curanderos de Izalco y Nahuizalco, los oradores y literatos municipales, los buscadores de tesoros, los apachaclavos o gorrones, los caciques en la escala social (arriba y abajo) imponiendo su voluntad sobre la indiada pobre y supersticiosa. Sin proponérselo, el autor nos ubica en una sociedad semifeudal, donde el proceso de transculturación impone "una mezcla de tradiciones indígenas con formas religiosas católicas, de dudosa autenticidad. El agua de coco, título del libro, es un líquido con poderes mágicos: cura todos los males, hasta los del corazón si se le agrega un poco de aguardiente. En un mundo dramático, tal lo agrario feudal, el indígena tiene que agarrarse desesperadamente a una idea, a un pensamiento sobre-natural. La vida no puede explicarse, o sin el temor a la lluvia torrencial, a la sequía, a dioses inmisericordes, al fuego, a la ceniza y a la lava permanente del volcán, a cuyos pies crece el hambre y la injusticia. De ahí el nagualismo en La piedra; o la poetización pre-hispánica, leyenda impuesta por las clases hegemónicas, inocentemente narrada en El volcán.
Herrera Velado es un narrador culto, castizo en sus giros y construcciones. Maneja el diálogo y la descripción con perspicacia. Con leves pinceladas se introduce en las interioridades psicológicas, y con ironía de espectador se burla de hechos y situaciones de su tiempo. No profundiza en el carácter de los personajes. No es esa su intención. El quiere contar, con algún escepticismo y alguna verdad a medias, lo que sucede, lo que pasa en tomo suyo. Tampoco quiere moralizar. El colorido de sus relatos, la trama familiar -aldeana si se prefiere- nos recuerda un tanto al Decamerón en tanto los requiebros amorosos terminan en furtivas citas, o bien en el triunfo de los jóvenes amantes sobre el rico y viejo pretendiente. Hay en el lenguaje, sin el abuso de regionalismos, mucho del habla salvadoreña. Un habla que tiende a perderse en razón del mismo desarrollo social y por la colonización sajona que abiertamente nos despoja de términos coloquiales, sabrosos, de pura raíz nacional. La obra, por otra parte, se acerca a las tradiciones indígenas con respeto y admiración. Describe en La fiesta de la raza los bailes del tunco, del panadero y del venado, las cuales provienen del pasado pre-hispánico y español. Herrera Velado, lo afirma con claridad: “A mí, francamente, las costumbres de los indios me gustan más que las aristocráticas".
Herrera Velado inserta en sus relatos algunas sentencias burlonas las más de las veces: "Cuando la están oyendo sus hijas habla como Herodoto; pero cuando no la oyen vale más; es mejor que el Aretino" (El velorio del gato). Para luego ironizar, en el mismo cuento, "porque todos, en nuestra tierra, políticos y literatos, grandes o chicos -respectivamente- charlamos siempre de cosas que no conocemos ni pizca. Yo mismo acabo de hablaros de Herodoto y de Aretino, sin haberlos leído nunca". Su estilete, su mordacidad, no perdona a la clase alta y sus representativos, ni a las clases subalternas y oprimidas. Un humor del redulce recorre las páginas de "agua de coco", con mucho del reflejo social, sus costumbres y contradicciones. Con sarcasmo Herrera Velado dice: "En este mundo todo pasa. Sólo algunos presidentes de la república son eternos", con lo cual crítica, precisamente el año 1926, a la familia Meléndez y al inefable Quiñónez Molina en el poder desde 1913.
Agua de coco es un material rico. Tal vez algunos de sus cuentos no estén del todo acabados, en cuanto a técnica narrativa, pero en cambio otros son propios de una antología, digna de leerse en cualquier país de habla española. Sin duda alguna, Las goteras, El cacique y El doctor, son obras de un valor indiscutible.
Herrera Velado publicó, Fugitivas (Tipografía La Unión, 1909) Mentiras y verdades (Tipografía La Unión, 1923), La torre del recuerdo (Talleres gráficos Cisneros, 1926).
Cuando lo conocí, en 1961, vivía en Izalco casi ciego, aunque conservaba la dignidad de los viejos tiempos. Hablamos de Rubén Darío y la influencia que éste ejerció en sus primeras obras. Me ofreció un café y se lamentó que no hubiese, a mano, "un poco de agua de coco". Las sobrinas, solícitas, le cuidaban con ternura. En uno de los rincones de la habitación había un reloj de pared, cuyas agujas se habían detenido largo tiempo atrás. El escritor, lúcido aún, sonreía al recordarle los asuntos de El padrastro y Las naranjas de la señora Paula. Y hasta se animó a contamos otros cuentos, tan picarescos, como los que aparecen en este libro.
ltalo López Vallecillos.
* Herrera Velado nació en Izalco el 8 de Enero de 1876 y murió en Izalco el 18 de febrero de 1966.
San Salvador, Mayo de 1976
Fuente: Herrera Velado, F. (1992). Agua de Coco. (5a. Ed.). San Salvador: UCA Editores.
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