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Soy Puta, ¿Estás Contenta?

                           (Cuento)
                           Claribel Alegría



Cuando Luisa tenía diez años se le ocurrió a su madre que tenía que aprender a jugar tenis. Tres veces por semana, a las cinco de la tarde, iba al parque Modelo, donde se encontraba la única cancha. La acompañaba Carlitos, hijo de los mejores amigos de sus padres y además vecino desde hacía muchos años.

Carlitos era bastante mayor que Luisa, comulgaba todos los domingos, era el mejor alumno de su clase y tenía la cara cubierta de granos. Invariablemente antes de salir, la madre de Luisa le decía: "Cuídala mucho, que no olvide la raqueta, acuérdate que es muy ateperatada, y no se entretengan en ninguna parte. A las seis en punto los quiero aquí".

Una tarde, después de haber jugado más de una hora, regresaban los dos sudorosos y en silencio, cuando, de pronto, Luisa se detuvo ante una puerta que estaba siempre abierta. Tenía una cortina de cuentas de colores que impedía ver el interior.

-¿Qué haces? -dijo Carlitos.

-Nada. Es la única puerta que he visto con una cortina así.

-Es una casa de putas.

-No digas malas palabras -lo retó Luisa y empezó a separar las hileras de cuentas.

-Si no vienes, te acusaré -dijo Carlitos, empezando a caminar.

Luisa titubeó. Puta era una mala palabra, eran mujeres malas. Un ligero temblor la sacudió y justo entonces la cortina se abrió.

-¿Qué querés? -dijo con voz agria una mujer vestida de rosa.

El corazón de Luisa cambió de ritmo.

-Si no te apuras, me voy -dijo Carlitos desde la esquina.

-Nada -dijo Luisa-, es que me gusta su cortina.

-Andate y dejá de molestar.

-¿Usted es mala? -dijo Luisa, sintiendo que las piernas le temblaban.

-Soy puta, ¿estás contenta?

-Te acusaré con tu padre -gritó Carlitos.

-¿Puedo ver cómo es su casa? -dijo Luisa.

-No hay nada que ver -dijo la mujer, abriendo más la cortina.

Luisa se introdujo despacito y repasó con los ojos la habitación. Un olor acre a desinfectante la invadía. Sobre el catre, un Cristo plateado miraba hacia el suelo. Colgadas de la pared había estampas de santos y sobre una repisa, el retrato de un niño con un vaso de flores artificiales.

-¿Satisfecha? -dijo la mujer, en el mismo tono agrio.

-Si fuera mala no tendría tantos santos en la pared -dijo la niña.

La mujer se echó a reír.

-¿Quién te ha dicho que las putas somos malas?
Luisa guardó silencio.

-¿Querés un caramelo?

Luisa afirmó con la cabeza.

La mujer se encaminó hacia el armario pintado de azul y sacó un bote de caramelos.

- Tomá -dijo.

 Luisa cogió uno.
-Cogé más.

-Quiero ser tu amiga -dijo la niña, mientras cogía tres caramelos más.

La mujer sonrió.

-Es mejor que te vayas -dijo, poniendo los caramelos sobre la mesa de noche, pintada también de azul. Su voz ya no era agria y miraba a Luisa con ternura.

-¿Cuántos años tenés? -preguntó.

-Diez.

-Aquel niño que ves allá -dijo, señalando la repisa-, tendría doce ahora. Se me murió de disentería.

Luisa sintió ganas de abrazarla, pero se contuvo.
-Andate ya -dijo la mujer, poniéndole una mano sobre el hombro-, mejor no le digás a tu mamá que has estado aquí.

Carlitos aún estaba en la esquina, esperándola.

-Qué tonta eres -dijo-, esa mujer es una puta y las putas son malas.

-El malo eres tú -dijo Luisa, y empezó a correr hacia su casa.


Fuente: Muñoz, W. O. (2004). Antología de cuentistas salvadoreños.  San Salvador: UCA Editores.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
muy bueno si algien pudiera recomendarme algo mas sobre escritores salvadorenos, gracias de ante mano.
Anónimo ha dicho que…
basura
MGanonymous ha dicho que…
La verdad es que es triste que El Salvador tenga tanta violencia y a la vez en su arte se esta destacando por algo grotesco. Y lo mas triste es que este tipo de libros son los que aprueban hacia los institutos públicos; por lo que esto causa bastante denigracion al humano y sobre todo esta formando un peor futuro para las próximas generaciones.

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