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Las Artes Escénicas Salvadoreñas



PRÓLOGO

Hay libros destinados a llenar grandes vacíos. "Las Artes Escénicas Salvadoreñas", de Carlos Velis, es uno de ellos. En efecto, el género dramático ha tenido escasa pluma
historiográfica entre nosotros, si lo comparamos con las abundantes páginas que se han
publicado sobre el desarrollo de la literatura en general y aun sobre la pintura. Las obras de
Luis Gallegos Valdés y Ricardo Lindo son ejemplarizantes a ese respecto.
Cuando la Licenciada Roxana López, en nombre de la editorial Clásicos Roxsil, me
invitó a prologar la presente edición de "Las Artes Escénicas Salvadoreñas" -que lleva
el sugestivo subtítulo de "Una historia de amor
y heroísmo"-
se me vino la idea de un
pequeño y sucinto trabajo sobre un género teatral de escaso y errático desarrollo en el
país. Si la actividad escénica nos da la impresión de una actividad de muy de vez en cuando, el libro que lo aborda -pensé- ha de ser muy sinóptico y escueto. Cuando recibí la respectiva copia y penetré en su abundante y ameno texto, confieso que tuve una agradable sorpresa. De inmediato descarté la idea de darle un vistazo a vuelo de pájaro para armar un sencillo prefacio, y opté por una lectura cuidadosa, página por página. En realidad, la obra de Carlos Velis es extensa y de variado contenido, verdaderamente exhaustiva.
Hace el autor un esquema de periodización del teatro en El Salvador, en siete etapas
que van desde la
Colonia-Independencia hasta el inicio de una nueva etapa (de 1990 en adelante). Agrupada por años, ésta como cualquier periodización, es discutible en tanto que en la realidad unos tiempos se traslapan con otros, sin demarcaciones exactas. Pero el intento es valioso, ya que refleja el desarrollo de las artes escénicas en una amplia perspectiva y revela un buen esfuerzo de Velis por marcar linderos.
Intensamente humano es este género destinado a asomarse al espectador desde el
escenario o el tablado. Como ha expresado Manuel Gayol Fernández,
"Tema inagotable
que sirve de fondo a la poesía dramática es la vida con todo su realismo, con la bondad
y la maldad de la eterna sustancia humana. El hombre de todos los días -más que el héroe de la poesía épica- es el protagonista constante de la obra de teatro. La pasión (es propia) del ambiente dramático, porque ella enciende los debates íntimos de la conciencia o alimenta las enconadas luchas de intereses contrapuestos de distintos individuos, como el drama palpitante de la vida".
Por tratarse de un esfuerzo valioso de clasificación temporal debo mencionar aquí,
sucintamente, los períodos de las diferentes formas teatrales propuestos por Velis:



1.1524-1842                           El Teatro en la Colonia y la Independencia.
2.1842-1890                           Fundación de la República.
3.                                            Los inicios del Siglo XX, Teatro con sabor a café.
4. 1930-1950                          Cultura y Dictadura.
5. 1950-1970                          Democracia Militar y Bellas Artes.
6. 1970-1980                          El Teatro en la Encrucijada.
7. 1980-1990                          La Decodificacion

No se le escapan detalles. Del primer período destaca, desde luego, las primitivas
formas teatrales y danzas de los historiantes, muestra temprana de aculturación.improntada por la epopeya de la reconquista; pero también incluye las sorprendentes referencias a una obrita de subido tono político, en la cual se vitupera a Manuel José Arce por haber invadido el país con fuerzas guatemaltecas
("Las noches fúnebres de Cujuanuicuilapa", 1827). Como adicto a los relatos del pasado, yo sabía la historia, pero no el hecho teatral: lo
mencionado se refiere al Presidente Arce cuando invadió El Salvador con fuerzas federales, hecho que desató la desastrosa guerra civil (1826-1829). No pueden faltar en este período las referencias a
"La Tragedia de Morazán" de Francisco Díaz, quizá la primera obra teatral salvadoreña de corte literario y de cuyo escritor se tiene referencia. Escrita en 1843, un año después del fusilamiento del caudillo, refleja que Díaz -quien fue soldado de Morazán en Costa Rica- estaba conmocionado por el drama de San José.
No es mi intención comentar cada uno de los restantes períodos, los que se explican
por sí solos en el cuerpo de la obra. De su lectura queda claro que -contrario a lo que
podría suponerse- ha habido y hay abundante teatro en el país y, sobre todo, mucha
gente que lo ha cultivado. Si bien la actividad escénica no ha sido siempre rentable, la
abundancia de elencos a través del tiempo revela que existió en El Salvador un manifiesto instinto expresivo. Con razón dice Velis:
"En el teatro, más que en cualquier otro campo de desarrollo humano, está expresado con mayor fidelidad el alma de un pueblo y de una época, desde el momento en que su significación esencial, tanto en el contenido como en la forma, está en el desarrollo espiritual de la sociedad que lo crea".
Si bien la autoría de las obras es y seguirá siendo individual, en términos generales, el
teatro en sí es una labor colectiva. Así, tan notables han sido los dramaturgos y comediógrafos como los grupos de actores y actrices. En El Salvador dichos grupos han respondido a una intensa vocacionalidad más que a un sentido empresarial permanente. Ellos han sido la eclosión del "instinto expresivo" al que aludí antes, y su pasión por las tablas le da la razón a Velis cuando subtitula su trabajo
"Una historia de amor y heroísmo".

                                                     Cartel de función teatral, 1875

Desde tiempos muy tempranos hubo en el país elencos como la Compañía de Jóvenes
del Barrio El Calvario
a finales del siglo XIX, hasta grupos más consolidados, entre otros, la Compañía Teatral Salvadoreña de Don Gerardo de Nieva. Este último también fundó en 1929 la Escuela de Prácticas Escénicas, la primera institución de docencia teatral entre nosotros. Más recientemente, el Elenco Estable de Bellas Artes, Sol del Río, El Taller de los Vagos, el grupo del INFRAMEN y Hamlet, han desempeñado un notable papel en la evolución del teatro en El Salvador.
El autor ha sabido reseñar también la llegada al país de pequeñas y grandes compañías
de eminentes autores y actores que vinieron con sus elencos. Tal es el caso de la visita de Don Jacinto Benavente en 1923, la cual no nos dejó bien parados, pues hubo mucho vacío en las salas a pesar de que el eminente Premio Nobel representó
"La Noche del Sábado", "Los Intereses Creados", "Lo Cursi", "La Ciudad Alegre
y Confiada "y "La Malquerida".
Es indudable que algunos directores extranjeros trajeron savia de renovación a nuestros
teatros. Entre estas figuras, Velis cita a Don Gerardo de Nieva, a Darío Cossier, Fernando
Torre Lapham, Jean Moreau y la figura cimera de Edmundo Barbero. Sobre algunos de
estos personajes expresa:
"Gracias a el/os conocimos las nuevas corrientes del teatro
mundial. En el maltrecho escenario del Teatro Nacional, adecuado para proyecciones
cinematográficas [antes de su restauración}, con más acústica de la cal/e que de los actores, lo mismo que en las salas improvisadas de la Universidad, escuelas
e iglesias, se representó el existencialismo, el absurdo, el documento, etc."
Mecenazgos no faltaron, aunque escasos. Quizá uno de los más notables citados por
Velis es el del Festival de Teatro de Goldtree Liebes, entre otros.
Una de las facetas más fascinantes de este libro, es la incursión que hace su autor por
algunos subgéneros menores del teatro, que tanto han deleitado al alma popular. Aquí cae la radionovela, hoy sustituida por la omnipresente telenovela y las tantas muestras de la irreverente comedia criolla. No se quedan fuera de este ameno libro las pequeñas
manifestaciones que, bordeando con lo circense, han entretenido al pueblo. Velis me hizo
evocar mi temprana juventud, cuando, parados frente a la pequeña tarima de una radio
local, veíamos al indio "Tacho Peñate" (Paco Alfaro), con sus ingeniosas parodias de
canciones populares. No se quedaron en el tintero "Chirajito" ni "Aniceto", aunque hemos
de reclamarle que olvidó a los tres grandes de las modestas carpas salvadoreñas:
"Pascualillo", "Firuliche" y "Chocolate"... pero sí consignó a "Nana Yaca" y "Chico Tren",
ya de tiempos pasados.
Por la dosis que tienen de teatralidad, Velis incluye unos breves apuntes sobre la
danza en El Salvador, subgénero en el cual se destacan María Teresa de Arene, Nelsy
Dambré, Morena Celarié y Mauricio Bonilla, entre otros.
También me hizo evocar viejos años con su sugestiva semblanza de Paco García. Mi
madre fue una lejana fan de Don Paco y de su Compañía Encanto, y yo con ella. En aquel viejo y destartalado teatro Apolo vimos
"La Corte de Faraón", "La Viuda Alegre", "La Duquesa del Baltabarín"
y otras, representadas por el gran lírico-histrión nicaragüense.
Posiblemente Carlos Velis no llegó a saber que, durante sus últimos años, el pobre Paco
García vivía prácticamente entre los lúgubres cuartos del teatro-cine Nacional, en donde se movía como una especie de "fantasma de la ópera". Recuerdo su mirada suspicaz cuando apareció, entre la vieja utilería, una mañana de 1975 cuando, en calidad de Subsecretario de Educación, llegué a aquel sitio para poner en manos del arquitecto Ricardo Jiménez Castillo la restauración del teatro. Por esos días, aquel recinto, verdaderamente asqueroso, era el mesón más céntrico de San Salvador que albergaba, en lo que un día fueran sus camerinos, a varias familias de empleados del Circuito de Teatros Nacionales.


                                                 Programa de función teatral, 1931   
  
La incursión de Velis por el cine salvadoreño es apropiada, con un breve recorrido
desde
"Águilas Civilizadas"
de Don Virgilio Crisonino, hasta las emotivas producciones
de Alejandro Cotto
"El Rostro" y "El Carretón de los sueños". No faltó, desde luego, la referencia a los trabajos de José David Calderón, entre los que se destacan "Los Peces fuera del Agua",
con figuras como Ernesto Mérida, Gilda Lewin e Isabel Dada. También
hace alusiones al cine político, casi clandestino, producido durante los años más duros de
la guerra civil. Tal vez le faltó comentar más ampliamente la labor del cine documental de
Don Alfredo Massi.
El libro cierra con un interesante resumen sobre la dramaturgia en EI Salvador, de
gran valor didáctico pues reseña las principales obras escritas y representadas en el país,
con breves apuntes sobre sus autores y actores. Esta sección resultará de gran interés
para el estudiante de literatura que aborda trabajos de investigación. Desfilan aquí las
notables producciones de Francisco Gavidia, con detalles sobre las representaciones de
su "Júpiter"; José Llerena, Emilio Aragón, José María Peralta, Pedro Quinteño, Roberto
Suárez Fiallos y Jacinto Castellanos, para después enfocar a los más recientes: Waldo
Chávez Velasco, Walter Béneke, José Napoleón Rodríguez Ruiz, Roberto Arturo Menéndez y Álvaro Menéndez Leal. Las revelaciones y detalles sobre la representación de la obra de este último
-"Luz Negra"- son verdaderamente fascinantes. El mismo Carlos Velis es un prolífico autor teatral, como veremos adelante.

                                                                 Carlos Velis

Carlos Velis nació en San Salvador el16 de mayo de 1951. Estudió escultura y música, aunque posteriormente desarrolló su potencial para el teatro como autor y actor. Se graduó en el Bachillerato en Artes, rama de Artes Escénicas en 1973, y su formación es una muestra de cuánta razón tenía la Reforma Educativa de 1968 al diversificar los estudios de secundaria, con una mezcla de materias generales y vocacionales. Él mismo es uno de los que ponderan las virtudes de aquella reforma frente a tantos de sus detractores. En un enfoque biográfico sobre Velis, Carlos Cañas Dinarte afirmó: "En su fase como dramaturgo, hasta la fecha han sido representadas nueve obras de su creación, entre las que figuran La misma sangre (Nueva York), San Salvador después del eclipse (representada más de cien veces por Sol del Río) y Tierra de cenizas y esperanza (Cádiz y Antigua Guatemala.
También son de su autoría las piezas
Madre Claudia (dedicado
a Claudia Lars) y El
Señor del Ensueño,
basado en el O'Yarkandal, de Sala
rrué, es actuado por Velis y fue exhibida en varios lugares de San Salvador a fines de 2001 y en inicios del 2002". Hasta aquí Cañas Dinarte.
Carlos Velis es, indudablemente, uno de los grandes apasionados por el teatro, un
género noble y de gran vitalidad entre nosotros. De esa vitalidad nos queda un inequívoco testimonio en las fascinantes páginas de
"Las Artes Escénicas Salvadoreñas, Una historia de Amor
y Heroísmo" que hoy, con gran acierto pone en circulación Clásicos Roxsil. Al cerrar sus páginas confirmamos la idea inicial: este libro está destinado a llenar un gran vacío en nuestra histografía literaria. i Bienvenido sea !

Gilberto Aguilar Avilés


San Salvador, noviembre de 2002


Fuente: Velis, Carlos. (2002). Las Artes Escénicas Salvadoreñas: una historia de amor y heroísmo.
(1a. Ed.). Santa Tecla, El Salvador: Clásicos Roxsil.

Comentarios

Javier Gutierrez ha dicho que…
buen dia

soy un sobrino de el hijo de indio tacho peñate ( Paco Alfaro ), quiero saber si pueden ampliarnos informacion , fotografias o grabaciones sobre el trabajo del padre de mi tio ya que estamos recopilando informacion

gracias por su atencion

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