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Conjeturas en la Penumbra

                                                                       SALARRUE



DEL ANGEL Y DEL DIABLO

Asi las cosas, el estado humano es un doble estado geminal, el Géminis del zodiaco donde hay en una, dos seres: un primer ser lumínico y un segundo ser sombrío, unidos mágicamente por un tercer aspecto o ser nacido del injerto: el Hombre, el ser humano que los ata como el cinto de floridas grecas que ata las dos cabezas en los reyes de la baraja moderna. y aquí tenemos al hombre, donde en un haz se juntan un demonio que aspira y un ángel que se derrumba. Y nos quedamos perplejos al tratar de discernir cuál de los dos merece nuestra alabanza y cuál nuestro reproche, o si ambos comparten mitad y mitad una y otra consideración; puesto que el demonio, siendo demonio es un exaltado y puesto que el ángel a pesar de ser un ángel es un caído.
Pero no, no es un caído, es un inclinado: es el "justo" que siempre mira al fondo para ver de ayudar a los que aspiran; es un descendente voluntario y no un derrumbado; y aquí está el "quid" de la cosa, que hace prevalecer en el hombre el concepto del Bien contra el del Mal: porque el Bien es consciente y voluntario dentro del Mal, mientras que el Mal es inconsciente e instintivo dentro del Bien. La corriente de la vida, por lo tanto tiene una dirección. La naturaleza entera, a pesar de esa amalgama, de ese tejido inconsútil de sus dos más amplios aspectos, sigue la dirección del Bien. El Bien gana la batalla en retirada estratégica, atrayendo al Mal a sus dominios para una vez dentro de ellos, destruido, absorberlo todo, asimilado.
Es así como en los deltas de los grandes ríos, cuando durante la alta marea, las ondas saladas van a encontrar a las dulces muy arriba dentro del cauce, sólo para retirarse poco a poco, ceder terreno y volver al mar: donde, una vez victorioso el río conquistador, resulta que ya no hay sino ondas saladas y ondas saladas hasta el horizonte y más allá. Y lo mismo que el río un día se da cuenta de que soñaba que lo era, siendo en verdad el mar único, con el cual se identifica, así el mal se da cuenta un día de que soñaba que era mal al regresar al Bien único, con el cual se identifica gloriosamente.
Para quien vea las cosas en la forma en que yo las estoy viendo, el aspecto de la lucha sufre enormes modificaciones. Como en la mayoría de los individuos anida aún la violencia, un buen número de aquellos que esto lean con atención y curiosidad, pensará que estoy predicando una actitud ante la vida que ellos califican de "justiciera", una actitud muy corriente entre aquellos que suelen ser fuertes y valientes y se erigen en jueces del mundo entero, armados de látigo, por lo general viendo a cada paso "la paja en el ojo ajeno". No, luchar no es sólo arremeter contra alguien o algo. Mi concepto de lucha es mucho más sutil que todo eso, mucho más profundo aunque menos vistoso. Mi lucha es a veces -un esfuerzo por guardar el equilibrio, o un esfuerzo deportivo de previsión, de sugerencia, el esquemático despliegue de las fuerzas de la resolución y del carácter.
Odio la violencia, creo en la espada de luz, no en la de acero que corta, ni siquiera en la de fuego que quema en la de luz que aclara. Esta es el arma que debiéramos usar en los combates de paz. y en los de guerra el escudo, el escudo circular, sin filo, cuyo poder es resistencia tenaz e invencible; defensa inconquistable que agota las fuerzas del Mal y le rinde jadeante. El "escudo": he allí el arma de batalla sobre la Tierra. La exaltación del escudo, que no otra cosa ha sido la incipiente guerra de resistencia emprendida no ha mucho en la India por el Mahatma Gandhi: desobediencia y aguante hasta causar la desesperación del enemigo.

Fuente: Salarrue. (1969). Conjeturas en la Penumbra. (2a. Ed.). San Salvador, El Salvador: Dirección de Publicaciones.


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