Francisco Miranda Ruano
Francisco
Miranda Ruano
Francisco Miranda Ruano perteneció a la que podría
llamarse la generación de 1920. En esa misma época empezaron a manifestarse
sobresalientemente en el campo literario salvadoreño Camilo Campos, Ricardo
Alfonso Araujo, José Gómez Campos, Francisco J. Sosa, Juan V Vásquez Mejía y Arturo R. Castro.
Miranda Ruano cultivó con acierto la prosa breve. Su estilo es fácil, de
discretos tonos líricos, con pinceladas impresionistas. Su tema predilecto fue
la campiña, la que amó con amor entrañable, fervoroso, como que había nacido en
ella, en una de las regiones más bellas del Departamento de Cuscatlán. Recogió en
sus páginas el paisaje, el aliento, el embrujo del campo cuscatleco. Pero no
sólo la campiña fue musa inspiradora y acariciadora de Miranda Ruano. También
tradujo en frases vibrantes de emoción, el amor y el dolor de la gente de los poblados
pequeños y de los suburbios capitalinos.
Raúl Andino colocaba a Miranda Ruano entre Arturo
Ambrogi y Miguel Ángel Espino. Así, en apreciación hecha en 1929, decía Andino del autor de "Las Voces
del Terruño":
"Solamente Arturo Ambrogi, en la generación anterior,
y Miguel Ángel Espino, en la generación actual, han tenido, dentro del limitado
horizonte del solar nativo, los mismos acentos líricos y las mismas voces
encendidas de fiebre y amor ante el milagro de la naturaleza salvadoreña, que
está esperando aún, en su impaciente y espléndida virginidad aborigen, al poeta
viril y pujante, que desflorándole el alma intacta, al mismo tiempo que el cuerpo
núbil y armonioso, la eternice en un canto de salmos profusos y rotundos".
Miranda Ruano murió en esta capital en 1929. Poco después de su muerte
prematura, fue editado por su esposa el libro "Las Voces del
Terruño", que contiene gran parte de los trabajos literarios del joven escritor,
publicados en periódicos y revistas, a lo largo de 10 años, más o menos el
tiempo que duró su actividad intelectual. En "Las Voces del Terruño"
no está toda la producción de Miranda Ruano. Muchos de sus trabajos inéditos,
ya acabados, que el autor leyó a sus amigos, se perdieron. Pero tanto la
colección de 1929 como la que el Departamento Editorial del Ministerio de Cultura
ofrece hayal público, copiada de la primera, con las debidas correcciones, son
un testimonio de la personalidad literaria de Miranda Ruano.
Las Voces del Terruño conmueven profundamente
a los hombres que viven en medio del bosque, en el enmarañado ramaje, allá
donde huele a hojarasca podrida y donde no se oye más rumor que el lejano balbuceo
de la colmena, la voz de la paloma morada, profunda y dolorosa, es como el
corazón de Cuscatlán que recuerda o espera. La paloma es un
gran corazón ardiente hecho pájaro, es el corazón de la montaña como el caracol
es el corazón del mar. En ambos resuena de modo sintético la voz del conjunto. Parada
en una ramita entre ramas, la paloma con el ojo nervioso, tornasol la pluma sedeña,
voluptuosa la línea, arrulla el terruño. Los rayos del Sol, respingando de hoja
en hoja, de rama en rama, de tronco en tronco, descuelgan los gallardetes de la
sombra y de la luz, en el verdor del matorral. Por la pendiente de un enorme
tronco, emboscada de musgos, líquenes y gomas, las hormigas mineras trabajan
incesantemente, calladamente. Las mariposas de tonos brillantes y lujuriosos,
planean en aquel paraíso de aromas y colores, y en lo projundo de
la barranca,
allá donde la
culebra es como la raíz del mutismo,
el ojo de agua ha echado una flor de cielo, cristalina y azul. ¡Cuscatlán
alienta así! Su alma gime en el torogós; en el guauce que canta siempre a la hora floja en que se
desamarran las sombras como cortinas; en la chacha que dice: "calzón
colorao", "calzón colorao calzón colorao?; en la guacalchía mecánica de cuerda que se desenrolla a cada salto; en el "tres
pesos pido, pido pido!"; en el clarinero de diamante negro, que estalla
como un fuego de bengalas, en clarinadas luminosas; en el pocuyo escurridizo
que se pinta en la escurana del sendero, asustando al caminante y cantando “¡caballero caballero!" ...
; y en el pijuyo abandonado, 'el pobrecito, que se está junta al buey al cual espulga
franciscanamente mientras va sembrando su 'semillita de -canto en los soleados Potreros.
En las cumbres, allá donde la niebla rápida pasa espumando
el paisaje y desde donde se ven a lo lejos los pueblecitos desolados; las
azules lagunas y los volcanes de forma familiar, la voz del terruño. tiene frescas
modulaciones. Está allí la quebrada que baja respingando entre talpetates, la quebrada de aguas zarcas y heladas, a orillas de la cual se agolpan los quequeishques hechos de silencio verde, los huiscoyoles adormilados en la
soledad, cuyas hojas secas hacen sonar los conejos y los chorchígalos. Están allí las macoyas de lágrimas de
San Pedro, los embrollados bejucos
de chupamiel y los helechos y coyoles, con sus flores de oro en
grano que aroman de realidad la vida. Están entre tupidos cañaverales anegados
y zancudos as, las hojas de Corazón de María, con sus flores en forma de cirio y cuyos pétalos al
ponerse el sol, se truecan en blancas mariposas que se van alumbrando la barranca
llorona, con su albura astral. Están allí los pinos chiflantes en el viento que ofrecen
sombras alfombradas y olorosas a los caminantes de cumbres. Están allí en los
precipicios las piedras que van a caer desde hace un siglo y que no caen, y a
las cuales el fluido magnético de los abismos ha cubierto con suave pelambre de
musgo plateado. Están allí, en fin, los mangales rubicundos, los naranjales
áureos, los platanares esmeraldinos: bosques de frescura en cuyas hojas encarrujadas, perezosas, torpes, duermen a veces lágrimas enormes de
mercurio traslúcido.
Todas estas son las voces del terruño, y todas
ellas aroman las páginas de este libro de Miranda Ruano, el poeta perdido ya en
el bosque encantado de la muerte, y que cuando dijo en sus Palabras
Preliminares (de este mismo libro), que pedía para América el poeta que
"en prosa o en verso obrase la maravilla de dar vida a nuestras cosas, a
nuestros tipos, a nuestros paisajes, de -una manera vigorosa y
definitiva", no pensó, en su modestia, que era él uno de tales. Leed y os
convenceréis.
SALARRUE
EL BARRIO DE LA VEGA
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Con la pavirnentación y el motorismo insolente, San Salvador
se torna respetable y presumido. Toda simetría, toda limpieza, todo movimiento
modero no, la ciudad que oyera el verbo llameante del prócer Delgado, es urbe
estridente y luminosa. Automóviles, nuevas urgencias, cines, problemas cosmopolitas,
radio, amor pinturero, artificios malévolos y tristes, San Salvador de hoy…No obstante,
la aptitud romántica, el vagar insaciable de vuestro espíritu hallarán un
remanso, un matiz muy distinto, una nota más para el secreto cordaje. y es el barrio de La Vega ese
remanso, ese matiz, esa nota. La Vega es nuestro barrio bajo.
La Vega es el barrio de la
irregularidad, de lo pintoresco, de lo sórdido. La curva es allí tramazón de callejas,
capricho de encrucijadas y recuestos. Hay casas antiguas todavía, con patios de
arbolado; hay mesones imposibles, destartalados" con lastre miserable; hay
obstáculos equívocos, en donde no se sabe si vive el hampa de la mendicidad o el
hampa de la picardía. Hay rincones propicios al asalto. Hay soportales para el beso
o la cuchillada. En el día, veis en
el fondo de las casas, si espiáis curiosos, a las gordas comadres que platican de
las penas de la vida y de la próxima novena. Por la noche, sorprendéis en las
vueltas, en el puente, al tipo del malandrín, al del vago, al del tabernario.
Dos actividades dan vida específica y maloliente a La Vega: la fabricación de
alcoholes y la matanza del Rastro. Alcohol y sangre todos los días. Ambas
cosas, para el vientre insaciable que un buen día parará de pedir. Uno que otro
telar, de tarde en tarde, sonará monótonamente. Algún organillo, anacrónico ya,
ha de cantar aún como bohemio rendido. Y el puente? Y el Acelhuate maligno? El
puente, reliquia del ayer colonial, es hoy estribación y plana modernas. El
río, siempre turbio, tiene un manso correr hoy en verano, apenas rumoroso. El
puente y el río han sido el corazón de La Vega. Todos pasaron por el uno;
muchos viven a la orilla del otro. Alegría, dolor, tristeza, algo de todo eso
arrastraron por allí... y en la noche -madrina de evocación-, un alma pesarosa, desde el "antiguo
puente, comprendió la voz, advirtió el fulgor de las aguas obscuras... Ahora,
lo mismo. No faltará el incurable romántico, el alma solitaria de siempre que venga
hasta él, en la noche de luna. Sul nostalgia de amor, su sueño ardoroso, su
pena escondida, ¿no serán lo mismo que un agua que corre, sin posible retorno? Cómo
renovar la alegría primera, el regocijo de los diez y ocho años, bajo el cielo
azul y frente a unos labios de vida? ... La Vega es el barrio de la
irregularidad, de lo pintoresco, de lo sórdido. Hay en él expresión clásica y vital.
Mientras, el San Salvador decoroso y burgués, ríe en la plata de sus luminarias
nocturnas o en el motorismo insolente de todos los días.
EL PARQUECITO DE SAN JACINTO
De todos los rincones de este San Salvador resonante,
luminoso, quizá ninguno tenga la sugestión romántica del parquecito de San Jacinto.
Y cuando decimos sugestión romántica, pensamos en el delicioso divorcio con el tráfico
urbano, en los enamorados que gustan mentirse dulces cosas en quieto apartamiento,
en las noches de luna intensamente gustadas. Porque habéis de saber que este lugar
tiene un sello de vida más original, un sabor nativo que le hace educir en el alma
de quienes vengan a él alguna de esas añoranzas en que hay reminiscencias de los
pueblos, sonrisas de la buena edad primera, cálidos primores de alguna pasioncilla
olvidada ... Después de la Avenida Independencia, del Jardín de San José y del
Parque Barrios, otrora más quietos, menos saturados de luz eléctrica, con inofensivos
y amenos resabios de antaño, he aquí- el Parquecito de San Jacinto que os atrae
con su encanto singular, el mismo de hace tantos años, fresco, emocional… No se
trata de un parque en toda forma, ni de un jardín completo, ni mucho menos de
una abierta plazuela... Es de un género intermedio entre todo esto. Y quizá por
ello nos guste más: habemos tantos que amamos algo porque en realidad ignoramos
su condición única y precisa…Los que odiáis el cine, el tráfago de autos, la
contaminación corriente, el mundano corretear del centro urbano, que habéis
laborado todo un día en agrios menesteres, arribad a ese quieto lugar en las
noches de luna y viviréis una hora santificante y suave, ya que sois amadores
del goce reposado y del irremediable sortilegio romántico.
Fuente: Miranda Ruano, F.(1955). Las Voces del Terruño. San Salvador: Ministerio de Cultura, Departamento Editorial.
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