Efraín Melara Méndez
PALABRAS PREVIAS
LA EDUCACION POR EL MITO
Creo conveniente aclarar de una vez por todas que las mitologías del mundo, los dogmas, han sido creados con fines moralizadores y su justificación se encuentra si analizamos el desenvolvimiento mental del hombre de cada época. Con la cultura desaparece el dogma aunque a veces, subsiste la conveniencia. Si analizamos un poco a fondo, podemos encontrar que esos fines moralizadores se desprenden directamente de la intención de dominación del hombre por el hombre. Existen varias formas de dominación. La moralización, como en casi todos los casos pasivos de dominación, es una de esas formas y se hace por medio de la mentira, el engaño, el ingenio creador y la amenaza. La amenaza genera desconfianza, temor, miedo, inhibiciones, complejos, frustraciones y en algunos casos aguza la inteligencia del sujeto que luego se convierte en dominador, vale decir, engañador, mentiroso, burlador, etc. Nuestros antepasados sostenían mitos como los que aquí contamos, no porque fueron medrosos, ni porque creyeran realmente en ellos; lo que buscaban era una forma graciosa para que las gentes no abusaran de su libertad y de sus instintos. Al joven, por ejemplo le decían por medio de historietas, narraciones personales, que andar de noche, tunanteando, buscando romances ilícitos o no, era peligroso porque salían los espíritus malignos. Seducir o dejarse seducir por cualquier mujer que al paso se encontrara era sumamente arriesgado pues la Ziguanaba era un espíritu que se convertía en mujer hermosa, linda y seductora para burlarse de los hombres mujeriegos. De esa manera, a veces, lograban retener en casa a los jóvenes y evitar romances con mujeres comprometidas que siempre fueron graves peligros. El indita bueno, honesto, sincero y humilde, era presa fácil de los creadores de mitos, y precisamente, cuanto más sincera y humilde es la persona, más propensa es a creer en lo que le cuentan, porque como ella no miente, no engaña ni se burla de los otros, cree ingenuamente que todos son sinceros como ella. Así, poco a poco, evolucionando el hombre y saliendo del rudimental funcionamiento de su cerebro va camino del saber, del deseo de investigación, la pesquiza ya su superación. Queda bien claro, pues, que nuestros antepasados, los indígenas, como despectivamente suelen IIamarles, no eran gentes tontas de pensamientos torpes. Su mitología nos dice convincentemente que eran ingeniosos sutiles e inteligentes, capaces de crear imágenes como las gentes de otras latitudes del globo terrestre, los griegos, romanos, asiáticos, etc.; todos, según sus épocas crearon sus dioses y sus amuletos y creyeron en ellos hasta el fanatismo. Crearon sus espíritus del bien y del mal y creyeron ciegamente en sus propias creaciones. Eso es la mitología. El hombre es mítico por naturaleza.
Fuente: Melara Méndez, E. (2006). Mitología Cuzcatleca: los cuentos de mi infancia y otros. San Salvador: Clásicos Roxsil.
PALABRAS PREVIAS
Los primeros recuerdos nítidos de nuestra infancia son aquellos que se relacionan a impresiones sicológicas que nuestros progenitores o sus sustitutos nos graban, voluntariamente o no, con palabras o acciones. Yo conservo, tal vez desde la edad de unos cinco o menos años de mi infancia, el indeleble recuerdo de la mayoría de los cuentos, historias o experiencias que mis padres nos narraban con lujo de detalles y a veces hasta con mímicas. Generalmente, después de cena, en nuestro hogar había una pequeña pausa en los ajetreos cotidianos. Era una especie de sesión o conferencia de familia en la cual mi madre exponía sus dificultades y logros durante el día. En esa pequeña reunión informal, íntima, espontánea y rutinaria, mis padres proyectaban sus ideas y planificaban la labor del día siguiente. De cuando en cuando, la reunión se tornaba en acaloradas discusiones; otras veces derivaba a los recuerdos de cómo era la vida social de antaño; los tiempos en que ellos, los viejos eran cipotes y se inmiscuían en actividades económicas y a veces hasta políticas. Eran pláticas sabrosas, pintorescas, apasionadas y divertidas. Todos gozábamos y a carcajadas reíamos cuando nos contaban, entre otros sucesos, las pilladas de los electores en tiempos de campañas políticas para las elecciones presidenciales. En los pueblos -comenzaban contándonos- en cada barrio, los partidarios de los candidatos formaban comités. Los más interesados constituían las directivas y para atraer correligionarios hacían bailes, repartían retratos, banderas, botones, tamales, cigarros, puros y guaro o chaparro. Pues bien. las pilladas consistían en que la mayoría de "los muchachos" aptos para emitir su voto, pertenecían a tres o más comités simultáneamente, o mejor dicho, no pertenecían a ninguno y se burlaban de todos. De suerte que iban de baile en baile, comiendo tamales bebiendo chaparro o guaro y fumando a su antojo a más no poder, de gratis. Esa actividad, naturalmente, era una tomadura de pelo a las directivas de los comités, que cuando miraban llenos sus locales, contaban, según ellos, con las mayorías de la población, y, con esas mayorías de "votos ", el triunfo era segurísimo. Claro, que a la hora de votar cada quien tenía su preferencia y emitía su voto solamente una vez, pues en las urnas los hacían meter el dedo pulgar en tinta, según el color de la bandera del candidato. Lo más divertido del asunto era que las directivas de los comités organizaban también sus grupos de exploración que iban de comité en comité con el objeto de espiar cómo iba el movimiento de sus contrincantes y claro, entre medio de aquel gentío, también bailaban, comían, bebían y fumaban, "bizarramente " unos de los otros. En realidad, las campañas electorales eran verdaderas fiestas populares en las cuales habían hasta matados. Pues bien, de esas historias, las que más me sugestionaban eran las de espantos, sobre todo cuando uno de mis progenitores aseguraba haber sido testigo o protagonista de ellas. En muchas ocasiones y en diferentes experiencias se hablaba de la Ziguanaba, el Cipitillo, el Gritón de Media Noche, el Duende, los Cadejos -habían dos; uno blanco, el bueno, y el otro negro, el malo-; el Caballero Negro- que era el mismísimo Diablo-, la Carreta Bruja, los pactos, los espantos, las burlas, las brujerías, los adivinadores de suerte -gitanos-, etc.. etc. Contaban sus "experiencias" con tanta seriedad y tantos detalles que uno, muy atento, ni pestañeaba y por la noche pedía que no apagaran las luces y además se envolvía de pies a cabeza sudando por todos los poros. Contaré una por una las historias "verídicas" que en deliciosas tardes, henchido de emoción, extasiado y medroso, feliz escuchaba sentado en una banqueta o en un taburete sapito cerca de mi madre que -descansando- se entretenía con un huacalito sobre las piernas haciendo cigarros o enrollando los macitos de cigarros de uñita que vendía dos por cuartillo. Es natural, que los nombres, lugares y fechas en la mayoría de los relatos no sean exactos, pero sí los casos, aunque narrados con mi estilo y manera. Más tarde, cuando yo también tuve mis hijos y hasta nietos; cuando las canas comienzan a teñir mis sienes y he estudiado las mitologías de épocas y pueblos de diferentes latitudes del anchuroso mundo, he llegado a la conclusión de que aquellas historias y cuentos forman parte de la cultura mitológica de nuestro bello Cuzcatlán y son valiosísima herencia vernácula que no debe ser callada, olvidada ni perdida en las brumas del pretérito.
EL AUTOR
Fuente: Melara Méndez, E. (2006). Mitología Cuzcatleca: los cuentos de mi infancia y otros. San Salvador: Clásicos Roxsil.
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