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Luz Negra

                                          
                                           Alvaro Menen Desleal



NOTA EDITORIAL

Con sus dos mil representaciones entre septiembre de 1966 (V Festival Internacional, estreno mundial por el Teatro de la Universidad Popular de Guatemala) y septiembre de 1975 (estreno de la versión danesa por el Sollerod Scenen, Copenhague), Luz Negra resulta ser junto con Las Manos de Eurídice, de Pedro Bloch (Brasil), Historias para ser contadas, de Oswaldo Dragún (argentina) y La noche de los asesinos, de Tríana (Cuba), una de las obras latinoamericanas más representada y más conocida en el mundo. Y si durante esos nueve años esa obra mágica y elemental, dura y tierna, ha llenado de angustia, risa y esperanza a decenas de miles de espectadores en numerosos países, no menos ha ocurrido con los lectores: el sarcasmo, la ternura, el humor negro y la desesperada esperanza de una escritura ágil y poética, han hecho de esta obra un éxito editorial: sus ediciones (tres sólo en los Estados Unidos) se agotan a medida que se suceden.
Para la gente de teatro, Luz Negra representa algo más que una pieza difícil en la que el autor presenta un verdadero desafío a la imaginación de los directores (montaje con "realismo guerrillero" en Guatemala, versión de "onirismo guiñolesco" en Alemania, pasando por la "plástica móvil" de Venezuela, la iluminación con "luz de Wood" en El Salvador, el "clima poético" del montaje en Buenos Aires, el casi religioso de México, las dos cabezas de yeso en Chile, etc.); un reto a la capacidad de los actores (son dos hombres que acaban de ser ejecutados: los personajes son, en realidad, dos cabezas. Los actores muestran sólo la cara, y uno de ellos, durante casi todo el segundo cuadro, ni la cara). Es allí donde hay que buscar el entusiasmo que actores y directores muestran por esta obra.
Para el público, el reto no es menor: durante hora y media contiene el aliento -las dos mil representaciones lo han probado en diversas latitudes-, arrastrado por una carga teatral que actúa sobre él a nivel de subconsciente. Y si el autor no hace la menor trampa, ofreciendo de entrada, sin ambigüedades ni posibilidad de confusión, dos cadáveres, el público sí juega a hacerla: es tanta su entrega y su identificación que los dos personajes resultan vivientes. ¡¿No es acaso eso lo  que buscaba Menen Desleal, una prueba de que el amor triunfa y salva?!

Fuente: Menen Desleal, A. (1987). Luz Negra. San Salvador: Abril Uno.

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