Pedro Geoffroy Rivas
NOTA EDITORIAL
"Y esto es todo lo que el Quiché, porque ya no hay dónde leerlo y aunque antiguamente lo había, pero se ha perdido, y aquí se acabó lo tocante al Quiché, que se llama Santa Cruz"
El "mundo" es donde uno vive. Donde está el calor de la vida o el frío de lo que pasa. Donde está la voz o su ausencia. El mundo del salvadoreño ha sido ese: donde ha vivido. Donde ha estado su voz: el barrio, la cervecería de la esquina, el mercado, la cárcel, el mesón, la fábrica... Ahí, en esos amados recodos de la repetición, que han venido quedando desde los hombres de las estelas mayas, de los blasones, de los hijos y las cotidianas lides y batallas de cada existir. El lugar donde quedó, borrándose también, la gente que nos quiso y nos dijo la vida; antiguos escritos que desaparecieron en medio de un silencio que sólo explica el tiempo…en las historias "de entonces"... todo eso que fuimos.
"Y esto es todo lo que el Quiché, porque ya no hay dónde leerlo y aunque antiguamente lo había, pero se ha perdido, y aquí se acabó lo tocante al Quiché, que se llama Santa Cruz"
El "mundo" es donde uno vive. Donde está el calor de la vida o el frío de lo que pasa. Donde está la voz o su ausencia. El mundo del salvadoreño ha sido ese: donde ha vivido. Donde ha estado su voz: el barrio, la cervecería de la esquina, el mercado, la cárcel, el mesón, la fábrica... Ahí, en esos amados recodos de la repetición, que han venido quedando desde los hombres de las estelas mayas, de los blasones, de los hijos y las cotidianas lides y batallas de cada existir. El lugar donde quedó, borrándose también, la gente que nos quiso y nos dijo la vida; antiguos escritos que desaparecieron en medio de un silencio que sólo explica el tiempo…en las historias "de entonces"... todo eso que fuimos.
Eso que fuimos y que quedó escrito en la piedra, en un muro de antiguos rosales o en la memoria electrónica. Y mañana, quizá un montón de curiosos del futuro o turistas del tiempo, hurgarán sobre las cenizas, el polvo; el ripio y los vestigios de nuestra historia, descifrando connotaciones del lenguaje cotidiano, recetas de cocina (tratando de dilucidar el misterio de lo que fue una "chilaquila" un "sancocho"; una "gallina negra"), tiernas cartas de amor escritas en la ventana de la adolescencia, o indecentes revistas y periódicos. … Ahí quedará -estará- nuestro querido presente, perforando en signos y perfumes antiguos, símbolos de la informática, expedientes... Reguerío de insultos, plegarias, lisonjas, hondas confesiones -íntimas o extra judiciales.
También envejecerá este libro de Pedro Geoffroy Rivas, y un día al examinar el presente estrato de la lengua, dirán de ésta: "ya no hay donde escucharla y por eso -como era- se ha perdido... " Por tanto, el "mundo" es no sólo un planeta sin luz propia, sino el lugar donde uno vive lo que se ha dicho y queda escrito. Donde nacemos desde la espesura de la tierra y donde lloramos por primera vez, caídos, sobre el humilde cuadrilátero existencial de una cuna de pino, para después callar, y como todo lo transitorio, meternos en la tierra y sus regresos y así despertar nuevamente en la rama o en la piedra.
El "mundo", es donde uno habla. Sobre el pasado que dejó sus viejos limos y voces, y fue donde erigimos nuestro presente, nuestra identidad expresiva.
Nuestra lengua. Esa melodía que surgió del fonógrafo que suena en el día breve, pero intenso, de toda vida, como son o llegaron a ser las antiguas historias: los "ojer tzij" que según los textos quiché significa "la antigua palabra". La voz es el mundo. Este instante. Y será cambiante. Formas de hablar vendrán, distintas a ésta que vivimos hoy, porque nada es inamovible en el tiempo, en la naturaleza; en la realidad misma. La ética de la palabra es una, superior a la que pretenden los puristas. El principio de la vida y la socialización de la expresión humana.
Cada momento por tanto, tendrá sus propios códigos y será reflejo de quienes lo habiten, de quienes vivan y hablen en él... Cada región humana ha tenido y tendrá su propia expresión, su lengua. Y cada una de esas expresiones en su tiempo, será paradigma, modelo de perfección, si cumple el objetivo real de comunicar al hombre consigo mismo y con los demás.
No existen "malas" palabras. Toda la palabra es buena. Milagrosa. Plena de esplendor y esencias. Desde la palabra clara, transparente, elegante, fina e imaginosa, hasta la que reúne la hermosa substancialidad del insulto callejero, pues ambas transmiten las más íntimas emociones. "Los que nunca sabe nadie de donde son”... "por ladrones, por contrabandistas, por estafadores, por hambrientos”... "los eternos indocumentados". .. "los hacelotodo, los vendelotodo, los primeros. en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo", como calificara a sus compatriotas en su "Poema de Amor", un poeta salvadoreño, también son los "bien" y "mal hablados".
La realidad es locuaz, nos comunicamos. Y esa gran riqueza que nos caracteriza como un pueblo de honda expresión popular ha sido recogida y responsablemente analizada por Geoffroy Rivas en este libro. Porque el lenguaje relata y retrata al hombre de ancestros milenarios, al expuesto a procesos de ocultismos o al que deambula olfateando olores desconcertantes, alumbrado por la luna que juega a escondidas entre arboledas y montañas o por la neblinosa luz de las ciudades. El mismo libro quiché, en su primer versículo dice: "Y más adelante es el principio de las antiguas historias aquí en El Quiché"... "Y de aquí formaremos a Ser declarado y manifestado y su Ser relatado, la escondedura y aclaradura... “Escondedura significa: lo oculto; aclaradura, la revelación. Obsérvese los subrayados de la cita quiché: "Ser declarado y manifestado" y su "Ser relatado”...
Porque la palabra es la única en declarar, manifestar y relatar el milagro del hombre. Y ese mismo milagro se ha venido operando todos estos tiempos en la "lengua" del salvadoreño. Esa lengua viperina, ingenua, deslizona, cromática, lisonjera, cantadora; relatora de cuentos y leyendas que nos llenaron el corazón cuando niños. Esa misma lengua que dice promesas, fisgona, informadora de la vida ajena, parlante, transmisora de la alegría y del amor, o de los momentos sin luz cuando se marchita el alma.
El afán medioeval de los puristas del lenguaje también se justifica si lo entendemos como parte del instinto primario del hombre de intentar "detener" el tiempo, a veces en la estructura de un lenguaje que se creyó perfecto y que lo fue en verdad; ¿y el actual? Indudablemente, la voz no puede quedar inmóvil en los espacios de la historia y en la geometría del tiempo, que afecta al hombre en su transcurso.
Aún la "lengua salvadoreña" de hoy cambiará, pero será enriquecida por el pasado. Y estelibro mañana, tan sólo será el testimonio de un tiempo. Un estudio reivindicativo de lo que es y será nuestra lengua. Cada expresión es una formación transitoria que no es ejemplo de cómo se debe hablar sino de cómo se habló en determinado tiempo.
"La lengua salvadoreña" de Pedro Geoffroy Rivas, es un tributo, respetuoso a la patria. Trata de la voz, mediante la cual, nuestra gente existe e ilumina la "escondedura" y aclaradura" de su alma. La voz que nos sirve -como este cuerpo- para vivir, para hablar a la tierra, a Dios o a los hombres.
Fuente: Geoffroy Rivas, P. (1987). La Lengua Salvadoreña. (2ª. Ed.).
San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos.
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