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Jícaras Tristes

                                                    Alfredo Espino



NOTA EDITORIAL



Sin duda Alfredo Espino es el poeta que más ha sabido cautivar el corazón del pueblo con perennidad, en íntima comunión con sus amarguras y alegrías. Todas las anteriores ediciones de Jícaras tristes -desde la primera, hecha por la Universidad de El Salvador en 1936- han sido agotadas en poco tiempo.

Alfredo Espino nació en Ahuachapán el 8 de enero de 1890 y murió en San Salvador el 24 de mayo de 1928. Su sensibilidad capta el paisaje y el ambiente salvadoreño y lo devuelve con fuerza expresiva, sin olvidar la ternura que más bien está en el trasfondo de cada uno de sus poemas. La temática de Alfredo Espino está hecha de todas las cosas con que el hombre se encuentra en su trajín por la geografía salvadoreña: el pájaro, el volcán, el cañaveral, la tarde, el valle, el río, los bueyes o el rancho.El  poeta es aquí un espectador atento a los detalles que le rodean. Es también un ojo que los captura y estampa, que los vuelca emocionado, con frescura y sencillez, con fidelidad fecunda. Integra en sus versos todo lo que es nuestro. Hace que el hombre de la ciudad recupere el verdor extraviado entre los horarios y el asfalto. Al hombre del agro logra devolverle poéticamente su ambiente cotidiano, duro las más de las veces. De este forma, la delectación del salvadoreño es la tierra, su tierra joven y antigua, tibia y alambrada; la tierra de donde todos procedemos.
He aquí, pues, una nueva edición de Jícaras tristes, una obra juvenil escrita junto al latido del corazón del pueblo en poemas que enternecen a nuevas y viejas generaciones. Poesía que no conoce tiempo...

Fuente: Espino, A. (2008). Jícaras Tristes. San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos.


LA SENSIBILIDAD LlRICA DE ALFREDO ESPINO

Para Alfredo Espino, el terruño era la fuente suprema de la inspiración. Dotado de excepcionales condiciones para el verso, escribió una obra de formas y contenidos irregulares, proclive en algún caso a la canción fácil, a la rima forzada cuando no a la descripción obvia del paisaje. Tal hecho se explica en razón de que toda su poesía es de adolescencia. El poeta vivió un poco más de los 28 años, muchos de los cuales los pasó en Ahuachapán y Santa Ana, y otros en San Salvador donde cursó la carrera de leyes en un ambiente de bohemia, como se estilaba en aquellos tiempos.
No obstante que Espino, hijo del poeta Alfonso Espino y de la educadora Enriqueta Najarro, escribió únicamente 96 poemas, algunos publicados en periódicos y revistas de la época, su obra constituye un importante punto de partida y análisis en la historia literaria del país. Gracias al entusiasmo de su padre, la generosidad de Masferrer que leyó la recopilación de trabajos sueltos, y el apoyo de un grupo de amigos y admiradores, sus poemas se reunieron en un pequeño libro al que se llamó JICARAS TRISTES en 1930 y el cual no se publicó sino hasta seis años después bajo el patrocinio de la Universidad de El Salvador, en los Talleres Gráficos Cisneros. Este poemario, dividido en seis partes: Casucas, Auras del Bohío, Dulcedumbre, Panoramas y Aromas, Pájaros de leyenda, El Alma del Barrio, causó tal impacto en los medios cultos del país que, en pocos años, se convirtió en el libro preferido de diversas capas de la sociedad salvadoreña. La oficialización de los poemas de Espino es un fenómeno aún no explicado por quienes se dedican a la crítica literaria.
Jícaras Tristes ha sido, y es, libro de referencia en la escuela primaria y secundaria de El Salvador. Diríase que en él hemos aprendido a leer la mayoría de salvadoreños, de 1936 a
esta fecha. Los poemas han sido popularizados al grado de que, en ocasiones diversas, como muestra de "poesía salvadoreña", se recitan los versos quizá de menor valía de Alfredo Espino. La culpa no es suya, ni de los recopiladores de la obra póstuma, sino del apego tradicional a la concepción romántico-vernacular que de las letras se ha tenido, con mayor énfasis en las esferas docentes. Más que a "imposición", el agrado por la poética de Alfredo Espino se deriva de la propia sensibilidad nacional, cuyos temas y desarrollos están plenamente satisfechos en Jícaras Tristes.
Hay que explicar, también, que los poemas juveniles de Alfredo Espino reflejan una situación personal, anímica, y que los mismos fueron escritos en un medio social muy próximo al feudalismo agrario. Su visión de la realidad rural no corresponde a la verdad plena: el poeta ve, siente, recoge "piedras preciosas" donde hay guijarros y hambre. El paisaje bellísimo de El Salvador, exhuberante, lleno de luces y colores, atrapa la sensibilidad lírica y romántica de Espino y lo sumerge en un mar de imágenes y metáforas, muchas de ellas de un extraordinario valor literario. Esta inversión del hecho social, el espacio y sus gentes, es conocido como la poetización de la realidad y no es que Espino deliberadamente haya ocultado el drama, sensible y cristiano como era; simplemente, para él todo debería ser belleza, pues si la naturaleza era pródiga, igual debería ser el alma humana y el sistema social. En uno de los poemas más divulgados, Ascensión, nos da su visión del hombre y el mundo: "Cumbres, divinas cumbres, excelsos miradores/ Qué pequeños los hombres. No llegan los rumores/ de allá abajo, del cieno; ni el grito horripilante/ con que aúlla el deseo, ni el clamor desbordante/ de las malas pasiones... lo rastrero no sube/ esta cumbre es el reino del pájaro y la nube/o La elevación espiritual es aquí el símbolo poético, no la cumbre en sí, sino el alcanzar un grado de perfección moral, ético, y desde allí ver y vivir de otro modo la existencia, siempre dolida de extraños paraísos. Espino, influido por Darío en los aspectos métricos, y, desde luego, por motivaciones románticas, panteístas, sensuales y a la vez místicas (recuérdense Los Motivos del Lobo), recogió a la inversa del gran poeta nicaragüense, no la estampa versallesca, sino la estampa criolla, salvaje, bárbara y hermosa.
Al igual que Darío para los nicaragüenses, Espino se ha tornado por el gusto popular, en "nuestro paisano inevitable". Llamado por Masferrer (el primero en señalar los versos mediocres) "una lira hecha hombre", ha recibido el elogio de casi todos los escritores salvadoreños: Claudia Lars, Trigueros de León, Hugo Lindo, Gallegos Valdés, Oswaldo Escobar Velado, Hernández Aguirre, Cristóbal Humberto Ibarra, para citar unos cuantos.
¿Por qué esta consagración? ¿Por qué esta calificación de "poeta nacional", "cantor de las cosas sencillas del terruño"? ¿Por qué esa devoción de la mayoría de los lectores hacia Alfredo Espino? La reflexión cabe ahora que la literatura salvadoreña se orienta por otros rumbos, alejados de lo bucólico, lo folklórico, lo meramente descriptivo, en un intento de superar el paisaje y recoger la voz del hombre que, hoy más que nunca, reclama, exige, un pedazo de tierra, un rancho, una vida propia producto del trabajo bien remunerado, y por qué no "un lucero, un te quiero y un cafetalito en flor"?
Los 96 poemas de Jícaras Tristes se salvan del fuego crítico por la emoción desnuda del joven poeta. Su lirismo se recrea en la "indiana musa" y el amor se traslada, en sencillos madrigales, romances, letrillas y sonetos, a las cosas rurales. Nada se escapa a su ojo de acuarelista: el río, la montaña, el bosque al amanecer, los ranchos a la orilla de los caminos, los pájaros, el olor de albahaca, los labriegos enfiestados con sus cotones de manta, "el ternerito que viene, se arrodilla al borde del estanque, y al doblar la testuz, por beber agua limpia, bebe agua y bebe luz ... " Ese apego  a  la tierruca, a los elementos terrestres, está envuelto en una neblina de melancolía, el mal del siglo. Así, su obra más lograda descansa en la observación y descripción del paisaje, incorporando a éste al hombre como un elemento que se confunde con lianas, bejucos, lluvias y sueños adolescentes. El candor, la inocencia, la placidez bucólica no corresponden a un agro en crisis, con un producto que fluctúa en el mercado internacional: el café, y del cual vive y por el cual sufre la peonada en los bohíos. Esta evasión tal vez ya fue explicada, justificada acaso en párrafos anteriores. El poeta Espino no ve las cosas sociológicamente, sino como rotos cristales de un arcoíris.
Debe advertirse que en la última parte del libro, la que lleva por título El Alma del Barrio, sin proponérselo Espino habla del arrabal, de la tristeza de las gentes, de los traficantes de vicios, de los mercaderes del amor, de los desheredados para quienes la vida nada guarda excepto "los lechos de hospitales y el frío de la tierra" (Suburbio) y de /aquella muchachita pálida que vivía pidiendo una limosna, de mesón en mesón, en un umbral la hallaron al despuntar el día, I con las manitas yertas y mudo el corazón/ (La muchachita Pálida).
La poesía de Espino está enraizada en el corazón del pueblo salvadoreño, forma parte de su cultura, de su modesto bagaje literario. Sus octosílabos v sus endecasílabos. Metros preferidos del escritor, han calado hondo en la sensibilidad nacional. ¿Por los temas? ¿Por la sonoridad y plasticidad de imágenes? ¿Por la emotividad rural, provinciana, local ?Por todo eso, y más. Lástima que no sean sus mejores versos los "popularizados", sino aquellos que caen en la sensiblería de ayer. Lo mismo ocurre con Darío.
Pero he aquí que nuestro "paisano inevitable", el Alfredo Espino de El Nido, Vientos de Octubre y Las Manos de mi Madre, sea reclamado en un intento de recrear lo nuestro, lo agrario y pueblerino aún no superado, lo que aún vivimos, en lo que somos y en lo que nos movemos. Para nuestro gusto citaríamos: Ascensión sin esos aires declarnatorios de velada escolar, Cantemos lo Nuestro como definitorio de su "ars poética", la primera parte de Esta era un Ala, Un Rancho y un Lucero en la misma línea de su expresividad lírica, La Tarde en el Pueblo, Aires Poblanos, Mañanita en los Cerros, La Estrella en el Río, Cañal en Flor, Con el Alma Descalza, Para Entonces, Después de la Lluvia, Los Pericos Pasan por la novedad métrica y la aproximación a la vanguardia post-rnodernista, La Muchachita Pálida por su sentido social, y el estupendo Idilio Bárbaro. La re-lectura de Espino nos ha dejado la reminiscencia de años idos en patios escolares, de voces que parecen salir de un bosque, de mangos verdes, jocotes de corona, nísperos y fiestas y gallardetes el "día de cruz", aguafuertes de Mejía Vides, casitas blancas al mediodía y vientos alegres, transparentes. También, en otro orden, una resonancia de José Martí, José Asunción Silva, Guillermo Valencia, Gustavo Adolfo Bécquer, José Santos Chocano. Amado Nervo, Rubén Darío y Julio Herrara Reising y Leopoldo Luqones, aunque en forma categórica Espino es él y su circunstancia, con una autenticidad que sólo la da el apegarse a una concepción vital, deI hombre, la sociedad y el mundo.

ITALO LOPEZ VALLECI LLOS

Fuente: Espino, A. (1992). Jícaras Tristes. (8a. Ed.). San Salvador: UCA Editores.



UN RANCHO Y UN LUCERO

Un día -¡primero Dios!-
has de quererme un poquito.
Yo levantaré el ranchito
en que vivamos los dos.
¿Qué más pedir? Con tu amor,
mi rancho, un árbol, un perro,
y enfrente el cielo y el cerro
y el cafetalito en flor...
y entre aroma de saúcos,
un zenzontle que cantara
y una poza que copiara
pajaritos y bejucos.
Lo que los pobres queremos,
lo que los pobres amamos,
eso que tanto adoramos
porque es lo que no tenemos...

Con sólo eso, vida mía;
con sólo eso:
con mi verso, con tu beso,
lo demás nos sobraría ...
Porque no hay nada mejor
que un monte, un rancho, un lucero,
cuando se tiene un "te quiero"
y huele a sendas en flor...

EL NIDO

Es porque un pajarito de la montaña ha hecho,
en el hueco de un árbol su nido matinal,
que el árbol amanece con música en el pecho,
como que si tuviera corazón musical. ..
Si el dulce pajarito por entre el hueco asoma,
para beber rocío, para beber aroma,
el árbol de la sierra me da la sensación
de que se le ha salido, cantando, el corazón ...


LAS MANOS DE MI MADRE

Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras ...
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan ellas!
Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades ....
¡Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas!
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción:
¡son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).
Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡ las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con ternezas!

Fuente: Espino, A. (2003). Jícaras Tristes. (3a. Ed.). San Salvador: Clásicos Roxsil.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
ay que bonito libro aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhh
Anónimo ha dicho que…
noay nada de nada

Anónimo ha dicho que…
Hoopp q buenop
Anónimo ha dicho que…
es bonito el libro pero
Anónimo ha dicho que…
Maestro de maestros espino... Jiras tristes, la mejor obra de poesia de el salvador
Linda ha dicho que…
Me encanta este libro
Linda ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Linda ha dicho que…
Muy bonito ;-)

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