Teresa Whitfield
PROLOGO
Recuerdo
el momento cuando recibí la noticia del asesinato de Ignacio Ellacuría tan
vivamente como cuando supe del asesinato de John F. Kennedy y la muerte de
Ernesto "Che" Guevara. Sospecho que esto me identifica como miembro
de cierta clase y de cierta generación en América Latina. Esa identidad
cultural puede también explicar mi reacción al oír la noticia --de labios de un
diplomático guatemalteco, en el decorado salón principal de la Unión Panamericana,
en Washington D.C. En mi mente golpearon las palabras del general falangista, Millán
Astray durante la guerra civil española: "¡Viva la muerte! ¡Abajo la
inteligencia!".
Como
representante del Secretario General de Naciones Unidas, consagré la mayor
parte de 1990 y 1991 a conducir las negociaciones entre el gobierno de El
Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), las
cuales culminaron en el acuerdo de paz, firmado el 16 de enero de 1992, en el
Castillo Chapultepec, en la ciudad de México. Las negociaciones tuvieron un ambicioso
propósito expresado en cuatro puntos: terminar el conflicto armado, promover la
democratización, garantizar el respeto irrestricto a los derechos humanos y
reunificar a la sociedad salvadoreña.
El Salvador
ha recorrido un largo camino desde entonces. Como parte de una reforma radical
que implica enmiendas constitucionales sin precedentes, el papel de la Fuerza
Armada de El Salvador ha sido restringido a defender la nación de amenazas
externas, habiendo sido despojada de su papel anterior de árbitro final de la
vida política nacional. Aquellos oficiales considerados ineptos para permanecer
en una Fuerza Armada re- formada fueron depurados. Una Policía Nacional Civil
pionera se creó y desplegó en todo el país. Se introdujeron reformas en el sistema
electoral, las cuales deben ser seguidas por otras como resultado del deslucido
comportamiento de 1994. Se estableció una Procuraduría Nacional para la Defensa
de los Derechos Humanos y se inició una reforma del sistema judicial. Está en
marcha un programa para transferir tierra a ex combatientes y campesinos que
cultivaron tierras en las zonas de conflicto, como parte de un esfuerzo por
reintegrados a la sociedad civil. Una cuarta parte de los escaños de la
asamblea legislativa es ocupada ahora por los dirigentes del FMLN, después de
las elecciones de marzo.
Es
prematuro todavía evaluar cuán lejos se ha llegado en las metas propuestas por
las negociaciones. Retrasos y distorsiones ocurrieron en la implementación de
los acuerdos de paz, incluyendo algunos compromisos importantes como son
aquellos relacionados con la policía y la transferencia de tierras. El informe
de la Comisión de la Verdad, que examinó los hechos de violencia más graves de
los años de guerra, fue recibido con hostilidad e incluso fue ligeramente
suavizado por el gobierno, poniendo así en peligro el saludable ejercicio
terapéutico que debía haber tenido. Adicionalmente, una serie de reformas específicas
propuestas por la Comisión de la Verdad todavía no han sido introducidas. En la
campaña electoral, algunos dirigentes políticos fueron asesinados. Al menos,
sin embargo, se puede decir que como resultado de los acuerdos de paz, se han puesto
los fundamentos para una sociedad más justa y se han dado pasos para construir
-sobre estos fundamentos- una estructura en la cual la justicia y los derechos
humanos tienen una oportunidad para prevalecer sobre la intolerancia y la violencia.
En
su libro, profundo y muy conmovedor, Teresa Whitfield busca respuestas a dos
preguntas: ¿por qué fueron asesinados Ignacio Ellacuría y sus hermanos de la
UCA? y, ¿cuál es el significado de sus muertes? Al responder a estas preguntas,
explica muy bien por qué era necesario que las negociaciones de paz abordaran las causas subyacentes al conflicto armado. También señala cómo
las investigaciones del asesinato de los jesuitas fueron claves para mantener
el curso de las negociaciones y, en algunas ocasiones, sirvieron para
impulsarlas.
El
libro de Teresa Whitfield está repleto de referencias al proceso de
negociación. De la misma manera, la historia de la negociación, que aún está
por escribirse, tendrá que relacionarse con la historia de los jesuitas asesinados
de la cual no puede ser separada.
Sin
el apoyo de Estados Unidos, es difícil imaginar que las negociaciones de El
Salvador hubieran tenido éxito. El apoyo oficial fue expresado desde el
comienzo por los niveles más altos del gobierno estadounidense. En privado,
particularmente por debajo del nivel del gabinete, el apoyo fue menos entusiasta.
Sin embargo, los dirigentes del Congreso de Estados Unidos nunca vacilaron y
comparto la opinión de la autora de que esto se debió, en gran parte, a la
indignación ética causada por el asesinato de los jesuitas. El Congreso de
Estados Unidos, con el representante Joseph Moakley a la cabeza, nunca dejó de presionar.
En las rondas finales de la negociación, en New York, en septiembre y diciembre
de 1991, el apoyo que Thomas Pickering ex embajador de Estados Unidos en El
Salvador, quien en aquel entonces era representante permanente de su "país
en Naciones Unidas- y su suplente -Alexander Watson, posteriormente
subsecretario de Estado para asuntos interamericanos-
brindaron a los esfuerzos de la organización fue determinante.
Estuve
con Ellacuría en dos ocasiones. La primera, en mi restaurante favorito en San
Salvador --donde comimos chipirones en su tinta, una especialidad vasca- junto
con mi colega catalán Francesc Vendrell; la segunda, solos, estuve dos horas en
su austera oficina llena de luz de la UCA,
en vísperas de la toma de posesión del presidente Cristiani, el 1 de
junio de 1989. Falté a una tercera cita en octubre -semanas antes de su muerte.
Me quedé demasiado tiempo en una reunión con Cristiani, durante una parada que
hice en San Salvador, camino a Costa Rica, para asistir a las conversaciones
entre el gobierno y el FMLN auspiciadas por la Iglesia.
Sería
pretensioso de mi parte presumir de una amistad con Ellacuría sobre una base
tan frágil. Sé que en la segunda ocasión compartió conmigo información que no
había oído en ninguna otra parte y, a la luz de lo que se conoce ahora, me
estremezco. No dudo de que si hubiera seguido con vida, hubiera tenido un papel
central en la negociación. En retrospectiva, tengo la curiosa sensación de que al
confiar en mí aquella fecha temprana, Ellacuría, de alguna manera, estaba
depositando valores en la caja de seguridad de un banco -¿quién sabe?- previendo
lo peor, y pasando el bastón de mando.
El
apropiado título que Teresa Whitfield escogió para este libro se refiere a Pagar
el precio, en el sentido de soportar un castigo o sufrir una pena -por el
pecado de haber promovido la justicia. Desde mi perspectiva de negociador
quisiera sugerir otra dimensión, tal vez no pretendida en este título. Cuando hablamos de pagando el precio, aludimos a una transacción, a un
intercambio, du ut des. Pero Ellacuría y sus hermanos jesuitas no
ofrecieron sus vidas libremente por la justicia en El Salvador. No hubo
comercio ni trato alguno. La mano invisible y mágica del mercado no operó. Las
vidas de Ellacuría y sus compañeros les fueron arrebatadas de forma expedita, en una operación militar
planificada fríamente. La cocinera y su hija cayeron porque no podía quedar
ningún testigo.
En
cierto nivel cósmico, muy por encima de nuestras cabezas, pudo haber ocurrido,
justamente, una transacción tan sofisticada -se puede decir que se trata de una
transacción jesuítica. Los jesuitas debían perder sus vidas para provocar la indignación
moral que mantuvo a la Fuerza Armada de El Salvador a la defensiva y forzar las
concesiones en la mesa de negociación, sin las cuales no hubiera sido posible
construir una paz duradera.
Mi
propia indignación moral fue difícil de contener. En una ocasión, después de
arengar a la delegación gubernamental sobre el grave peligro que confrontaba el
proceso negociador, David Escobar Galindo, el dirigente intelectual de la
delegación, se refirió en privado a mi actuación -que reconozco fue apasionada-
como "el apocalipsis según san Álvaro".
Solía
pensar, como católico esporádico que soy, que si Ellacuría contemplaba desde
los cielos el zigzag de las investigaciones de los asesinatos de la UCA, se sentiría complacido porque hubo
demasiado encubrimiento, mucho arrastrar de pies y excesivo disimulo general
que, gracias a todo ello, la presión sobre la mesa de negociación continuó
hasta el final. La investigación y las negociaciones se entrelazaron en una
fuga digna de Bach; parecía haber sido inspirada en el cielo.
Álvaro
de Soto
Mayo de 1994
Mayo de 1994
Fuente: Whitfield, T. (2006).
Pagando el Precio: Ignacio Ellacuría y el asesinato de los jesuitas en El
Salvador. San Salvador: UCA Editores.
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